Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Pasacalles

15/10/2019

Mira que he renegado yo veces de las cofradías, academias, ateneos y otras yerbas. No me atraen sus actos engolados, sus medallas al cuello, sus disfraces decimonónicos y su aspecto de abrigo pasado de temporada y preservado de la polilla por puñados de naftalina. Pero va a ser verdad eso de que la vida te da lecciones a diario si estás dispuesto a escucharlas. Me pilló desprevenido, todo hay que decirlo, mientras mordisqueaba un gofre caliente bañado en chocolate. Oí la música de pasacalles que lo llenaba todo y que tocaban dos trompetas, un trombón, un tambor, un bombo y una tuba. En cabeza, un flamenco sanote y rosado con largos bigotes dalinianos engominados, chaqueta azul, corbata roja y sombrero canotier, empujaba una carrocilla con la bandera belga de faldón y una copia de la imagen venerada por los cofrades. Le seguía una selecta y pintoresca cohorte ataviada con desiguales atuendos, magníficas capas, escarapelas, verdirrojas bandas cruzadas en el pecho, becas al hombro, y un altivo portaestandarte.
No pude por menos que unirme a la comitiva, como un crío atontado por la magia del flautista de Hamelín, y juntos recorrimos el pasillo abovedado de cristal de las galerías Saint Hubert, donde la trompetería rebotaba contra los escaparates y hacía tambalear las pirámides de pralinés. De cuando en cuando, la imagen obraba su particular milagro, y bendecía con un fino e infantil chorro de su vejiga a los espectadores, cuya felicidad rayaba el paroxismo. De nuevo en el exterior, recorrimos las calles deteniendo el tráfico y dejando a izquierda y derecha a centenares de turistas que lo grababan todo, y pasamos por delante de la estatua de bronce de Jacques Brel con sus brazos y enorme boca abiertos ante un micrófono.
Dos paradas a modo de estaciones hizo la procesión. La primera delante del museo que custodia el numeroso y centenario vestuario de la imagen. Hubo música dedicada al lugar, visita de los principales maestres al interior y declaraciones a la prensa. La segunda y última parada se produjo en el sitio más reverenciado, el espacio donde se contempla a la auténtica imagen, protegida por una verja y custodiada por cámaras de seguridad, que cada día congrega a miles de peregrinos. Me dejé seducir por la puesta en escena, por la alegría que se reflejaba en las caras de todos los concurrentes, por los fantásticos personajes rescatados de las páginas de Tintín o de una novela de Hércules Poirot que integraban el desfile y que yo creía desaparecidos años antes de nacer. Pues sí, reconozco sin pudor que daría cualquier cosa por pertenecer a la Orden de los Amigos del Manneken-Pis.