Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Agosto

26/08/2021

En agosto la vida parece detenerse, indolente, ante el brillo de unas noches que invitan a disfrutar de las estrellas y a esperar que el tiempo nos devuelva las ilusiones perdidas. Lo cotidiano se estanca. Muchos negocios cierran, las administraciones, de por sí perezosas desde la llegada del covid, quedan huérfanas y la abulia se rinde ante un calor insoportable, que ya no acaba con la pólvora de la feria como era tradición en Toledo, sino que persiste hasta adentrarse con descaro en septiembre.
Agosto también es tiempo de veraneo, de celebración, de reencuentros en esas visitas que, inevitablemente, se ciñen al día grande de la fiesta del pueblo. A Toledo, es curioso, ha llegado un turismo familiar, ávido por explorar las maravillas de nuestro patrimonio, resistiendo unas temperaturas devastadoras y sufriendo las carencias que no hemos dejado de denunciar desde hace demasiado tiempo. No nos engañemos: más allá de estos valientes, quedamos vecinos, que aguantamos durante el estío las condiciones inhóspitas de esta capital, bella como pocas, pero sometida a un prolongado gobierno de mediocridad que hipoteca su presente y amenaza su futuro.
Durante este verano, nos hemos quejado de la falta de árboles, de la ausencia de sombras, de la suciedad, de los baches, de la escasez de fuentes, de los estragos de las palomas o de la dejadez que sufre nuestra ciudad. Y, yo, personalmente, he echado en falta el cine de verano, una tradición en Toledo que, de un plumazo, ha desaparecido en el sexto año de la era tolonista. Como la Vega.
En cuanto a nuestra feria, tengo la impresión de que los sucesivos gobiernos municipales se han empeñado en abandonar la Peraleda para conseguir que los toledanos clamemos por un recinto digno, porque si no, una no se explica tanto abandono. Sigo reivindicando la Peraleda como el mejor lugar posible para las celebraciones, así como para el uso recreativo de los vecinos. Claro, habría que adecentarlo, algo que no se le pasa por la cabeza a la alcaldesa, preocupada en construir en esa zona un cuartel y unos pisitos.
En este segundo verano ‘covid’ no han faltado las paradojas: se impedía beber agua en los botijos de la Catedral, mientras, por ejemplo, en el concierto de Perales, no sé si al grito de ¡viva el vino!, se agolpaban cientos de personas sin distancia de seguridad, que eso es una quimera. Y dejo lo del Toledo Alive y sus carteles para otro día, que me da pereza.
Que conste que estoy del lado de quienes disfrutan, de quienes han sido felices con los conciertos de la feria. Y es que en estos tiempos la alegría no tiene precio. No obstante, no hemos asistido a «las mejores ferias de la historia», querida Maite Puig. Mesura y autocrítica, que la gestión ha tenido muchas sombras.
Toca mirar al futuro: aguardo con expectación que Toledo se mueva, se planten árboles y se arreglen los destrozos de Filomena antes de que llegue otro temporal, tal vez con nombre de varón. O que se dé a conocer la actuación en Vega Baja, amén de un aluvión de medidas para recuperar nuestro Tajo. Tengo la esperanza de que Page, tras un largo periodo de silencio, que tampoco le ha venido mal, recule con el Hospitalito del Rey y lo convierta en esa residencia de ancianos que tanto ansiamos los toledanos. Soñar es hermoso, ya ven.