Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Escritor

16/03/2020

Solía fumar pellizcando el cigarro con dos dedos y sorbiendo con fuerza el humo, los hombros encogidos, como si en lugar de tabaco estuviese quemando alguna hierba más interesante para quitarse el frío. Era tan suyo ese gesto que no me acabo de acostumbrar a que, contra todo pronóstico, lleve tiempo alejado del vicio. Él dice que es arquitecto, y yo creo que es sincero y que se piensa que las casas que le dan de comer definen lo que es, y tiene fotos de cubos blancos de hormigón en el móvil que son la carcasa de interiores asépticos, inhumanos. Casas en las que nunca se ha fumado, por supuesto, ni se ha hecho nada interesante. Lo que no ha dejado es la cerveza, que misteriosamente no le engorda ni un gramo. Guarda la memoria de sus muchos viajes en un peculiar índice nikkei del precio de un tercio: tanto me costó en la feria de Múnich, tanto en Lisboa, o en aquella isla griega, o en Le Coq de Bruselas. Cuentan que tiene una guitarra en casa y que la toca con conocimiento, y que durante la carrera se empapó de flamenco viendo desfilar a los mejores por la barra madrileña de El Mago para que Vicente les echase copas. Cuento que vive en un piso del Pozo Amargo, que abandona todos los jueves para encontrarse en el Jacaranda con otro despistado que también finge ser arquitecto.  
Es un devoto del cine, mitómano de olvidadas actrices hechas de celuloide y generosas curvas de cocodrilo (esto último se lo he plagiado); de la Mansfield, la Monroe, la Havilland. Aunque se cree joven, es mucho más viejo de lo que dice su carné de identidad. Sólo un viejo fuma como él solía fumar, se enamora de diosas clásicas que ya son polvo de estrellas, o se emociona con Morente o con el descubrimiento de una edición barata de los cuentos de un tal Ignacio Aldecoa. Le calculo ochenta y tantos años reales, unos diez menos de los que tengo yo. Romántico de los de botella de vino, copas de cristal y puesta de sol con el reloj congelado, que comparte con su contrapunto femenino de rizos negros y risa blanca con nombre de película de Hitchcock. Una vez, él, el otro que se equivocó de oficio y yo, fuimos de viaje a Normandía fuera de temporada, y tuvimos todas las playas, todos los bunkers y todos los bares con ostras y sidra sólo para nosotros.  
La semana pasada, Luis Parages Martínez, toledano de Bargas, narrador de los buenos y aplicado guitarrista, ganó el premio literario de Zenda. Este es el reconocimiento de un columnista que se cree escritor a un escritor que aún se cree arquitecto.