María Ángeles Santos

Macondo

María Ángeles Santos


Septiembre sin cuesta

05/09/2019

¡Ay, cómo echamos de menos la cuesta de septiembre! La temíamos, sí, pero se pasaba en cuatro días… y  ya está. Como los tiempos avanzan que es una barbaridad, ya no hay cuesta definida. Es el mismo doloroso ascender todo el año, y el mes en que nos hallamos ha perdido protagonismo.
No nos valen ya conceptos como apretarse el cinturón, paliar los excesos del verano, apartar para el uniforme y los libros o estirar la vida del sofá o la lavadora a la espera de tiempos mejores. No es el mismo mes de siempre. No el que recordamos como inicio de curso, de recuperación de lo perdido en verano o de  ponernos deberes para lo que empieza.
Porque septiembre siempre ha sido un mes de inicio, con los lógicos cambios del tiempo y los recuerdos, que empiezan a pesar si comparamos con la actualidad. Todos los septiembres tienen algo de incertidumbre y de nostalgia. De añoranza por aquellos otros de hace muchos años, y tan vivos en la memoria.
Entonces, septiembre era agridulce, porque pesaba el recuerdo del verano salvaje y libre. Pero era esperanza. Era la vuelta a las aulas, zapatos nuevos (Gorila, con la pelotita verde), era ordenar apresuradamente las vivencias y las anécdotas de vacaciones que se agolpaban en la cabeza atropellándose para ser contadas; era la mezcla del temor a lo desconocido y del ansia por conocer.
Septiembre era cartera nueva o heredada de tu hermana, lápices aún sin morder y cuadernos a veces reciclados y, con suerte, sin dos rayas, que te sentías muy mayor. Era la Virgen y el comienzo de la vendimia, el olor a mosto por las calles y los remolques cargados que, a menudo, nos regalaban un racimo de uva magullada y sucia de tierra.
Era el mes con mayúsculas, el mes por excelencia, porque en septiembre empezaba todo. Hasta las Navidades, que veíamos ya tan cerca...
Crecimos, y septiembre siguió siendo el principio. El Instituto empezaba en octubre y la Universidad, a veces casi en noviembre. Pero ningún mes podía quitarle el protagonismo. El otoño, el curso político, la vuelta al trabajo tras el verano, los días más cortos, las noches más largas...
Creo que todos hemos amado y odiado septiembre casi por igual en las distintas etapas de nuestras vidas, y ahora... No sé cómo definir este mes con tantas cosas pendientes y, sin embargo, tan cotidianas, tan de todos los días.  Es un septiembre raro, tal vez porque también agosto, y julio, han sido diferentes. O porque a estas alturas de la vida, nada empieza ni acaba del todo.
El año político empieza incierto, crispado,  y prometiendo más crispación, que hay elecciones a la vuelta de la esquina. Pero las caras resignadas, un tanto aburridas,  han sustituido a la expectación que brillaba en los ojos cada septiembre de aquellos años felices.  La vida se arrastra por las calles de Macondo y la gente la ve pasar sin alegría. Pasa y ya está.
No huele a libros sin forrar porque no hay asignaturas nuevas. Son las de siempre, las mismas aulas, los mismos profesores… Como si no hubiéramos aprobado nada y repitiéramos curso.
No hay sensación de comienzo de nada y, tal vez por eso, hayan venido a mi memoria esos otros septiembres, los que eran como debían ser. Los de entonces.
Ni ellos, ni nosotros, somos ya los mismos. No hay ni cuesta.