Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Josefina y don Manuel

03/02/2021

Hay libros que por circunstancias diversas apenas tienen eco en el momento de su publicación, o sus autores, aunque sean de calidad, caen en un injusto olvido. Más, como los libros tienen vida propia, de repente, reaparecen y, como un vino añejo, pueden ser disfrutados y sus creadores revalorizados.
Es lo sucedido con una obra que estoy ‘devorando’ en estos días. Se trata de ‘Azaña. Los que le llamábamos don Manuel’, una biografía sobre una de las figuras más importantes de la vida pública española durante la Segunda República, escrita por la gran pionera del periodismo español, Josefina Carabias, hoy tan olvidada que, incluso algún amigo periodista desconocía su existencia. El libro fue publicado originalmente en 1980 y ha vuelto a ver la luz en enero de este año de la mano de Seix Barral, introducido por un espléndido prólogo de Elvira Lindo, en el que reivindica la figura de la que fue una de las grandes plumas de la prensa en España, recordando los grandes hitos de su intensa vida.
El libro está escrito con una prosa ágil, clara y nos transmite todo el afecto que la periodista sintió por Manuel Azaña, don Manuel, como una y otra vez le llama, no ocultando su cariño y admiración. No se trata de una biografía política, si bien se refiere a los grandes momentos de la vida del protagonista, sino una aproximación existencial, que nos desentraña los aspectos más humanos del personaje.  Una figura controvertida, que generó grandes odios y no menores adhesiones; que tras su triste final en el exilio fue objeto de las más terribles acusaciones y que sólo la llegada de la democracia permitiría su recuperación, a la que han ayudado las investigaciones del profesor Santos Juliá, autor de una amplia y documentada biografía. Con el paso del tiempo podemos percibir con mayor ponderación sus indudables aciertos, sus tremendos errores y su compleja personalidad, sin la que no se explican muchas cosas.
Pero leer la vida de una figura pública del nivel del Azaña me hace reflexionar sobre el presente político de España. Comparar la altura intelectual de aquellas Cortes de la República con la ramplonería actual de tanto personajillo mediocre y mezquino sólo genera tristeza, a pesar de la gran violencia vivida en muchos momentos y que, a la postre, culminaría con la terrible tragedia de la guerra. Pero eran políticos de altura, coherentes con sus ideales -no me imagino a Largo Caballero, que vivió siempre en una sencilla casita junto a la Dehesa de la Villa, construida por sus propias manos, comprando y estrellando un BMW contra un árbol-; preocupados por el bien común y el amor a su país, aunque lo entendieran de modos opuestos y, por desgracia, como ocurre ahora, excluyentes.
Quien esté interesado en aquellos trepidantes años treinta debería leer este libro. Conocerá de modo diverso a don Manuel. Y descubrirá una autora excepcional.