Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Omnívoros

14/01/2021

Qué complicado es acotar y entender la realidad de lo que sucede. Fundamentalmente porque, obviando la limitación humana para conocer, es difícil conseguir que el sujeto observador no esté implicado en la realidad misma, ya que no deja de formar parte de ella y la percibe desde su propia visión de las cosas.
Estos días nos han castigado con fuerza los imprevistos meteorológicos poniendo a prueba nuestro estilo de vida urbanizado, digitalizado y enredado en la red. Para algunos las bajas temperaturas registradas ponen en duda las conclusiones del IPPC, 2013 (Intergovernmental Panel on Climate Change), investigación inspirada en la ética mertoniana, que predica el calentamiento global debido al efecto invernadero de las emisiones de gases que son fruto de la actividad humana. Otros, que no confunden la meteorología con el clima, apuran a la acción climática auspiciada por el ODS 13 y animan a debatir sobre el modelo económico.
No es menor la polémica sobre la influencia de nuestra dieta no solo en el cambio climático, sino también en la sostenibilidad del sistema, por lo que hay posiciones que abogan por restringir el consumo de productos animales, en especial la carne. También hay evidencias que demuestran lo contrario. Para empezar las que nos descubre la evolución de la anatomía, fisiología y genotipo humano que nos avala como omnívoros. Un interesante trabajo de Giuseppe Pulina, publicado en la plataforma FrancoAngeli Open Access y basado en investigaciones de paleoantropólogos, nos cuenta como los cambios en la dieta determinaron la evolución del hombre.
Así, a diferencia de otros homínidos, que se alimentaban exclusivamente de hojas y frutos, nuestros ancestros no tuvieron una dieta herbívora o frugívora. De hecho, la diferencia se aprecia en la estructura craneal, puesto que necesitaban masticar durante horas los alimentos vegetales ricos en fibras y contaban con poderosos músculos maxilares, además de un intestino que les permitía digerirlos, que no tenía el Homo sapiens. También en el cerebro, con un tamaño mayor, que requería gran parte de la energía consumida al día, necesitaba alimentos más nutritivos, más digestibles y de mayor valor biológico como la carne. A pesar de no contar con dentición de carnívoros, ni fuertes garras, en la dieta de nuestros antepasados sobresalía la carne, gracias a que se organizaron para cazar grandes animales y al uso del fuego.
La selección ambiental dotó al genotipo humano con otro gran avance evolutivo: la capacidad de acumular energía en forma de grasa y movilizarla en tiempos de penuria para mantener la actividad cognitiva del cerebro. Hasta el Neolítico era poco probable que se consumiera mayor proporción de carbohidratos, provenientes de los cultivos, que proteínas y grasas procedentes de la carne. Si se estima que nuestra evolución comenzó hace más de cuatro millones de años, la domesticación de plantas y animales solo tendría unos 10.000 años. De las aproximadas 300.000 generaciones de ancestros que hemos tenido, solo 400 han conocido la agricultura y, por ello, muchos investigadores comprenden que no son suficientes para una adaptación genética completa como vegetarianos.