Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Parasitismo o simbiosis

21/01/2020

Juan Ortola es un buen ejemplo de funcionario europeo. Valenciano, políglota, casado con una mujer de Georgia, y enamorado de Bruselas porque nunca se le acaba. Le gusta la ópera, el teatro, leer libros extraños y recomendar lugares a los recién conocidos. Su despacho es austero, estrecho, enmoquetado de gris, como todas las oficinas de la Comisión Europea. El lujo aquí es una ausencia. Con un ojo mira con cierto agrado la jubilación, pero tiene dudas sobre su futuro tras una vida internacional que le llevó a sitios emocionantes, por usar una palabra hermosa para la guerra, como Mali o la Albania de los años noventa.
Albania ha cambiado mucho, para bien, dice. Tiene unas playas espectaculares y ya parecen lejanos los momentos oscuros del sistema piramidal que arrasó con virulencia la economía y la moral del país. El turismo, como en todas las partes del mundo, está creciendo. Recuerdo una visita que nos hicieron al museo de Tirana. El director era nuestro guía, nos esperaba en la puerta. Estuvimos dos horas dentro. Las explicaciones eran maravillosas, y todas empezaban con “sobre ese pedestal estaba la estatua griega”, o “en esa pared aún pueden verse las marcas del cuadro impresionista”, o “imagínense la belleza del paisaje representado por tal pintor en el muro que tienen al fondo”. El museo había sido saqueado por completo pero aquel hombre, haciendo gala de profesionalidad, lo enseñaba como si las obras de arte siguieran ahí.
Al hilo de la historia del museo, Juan me recomendó que visitase la plaza de Sablon, la de los anticuarios y chamarileros. La plaza es hermosa, muy alargada. Tras una iglesia gótica, varios almonedistas tratan de vender sus cosas viejas en tenderetes cubiertos con lonas de rayas verdes y rojas. Si caminas hacia el final, vas pasando por locales muy cuidados, varios de ellos dedicados al coleccionismo de arte y antigüedades. Hay un callejón sin salida con un restaurante caro y dos o tres negocios que exponen máscaras africanas con el mimo de una bombonería. Cuando se acaba la plaza, arranca la calle Lebeau, una cuesta abajo que sigue ofreciendo antigüedades, arte y comida. Me paro delante de una de las galerías más grandes, con el número 12 en la jamba derecha. Ocupa dos puertas de cristal con amplios escaparates. El cierre metálico está bajado hasta un tercio y unos estores blancos cubren las cristaleras. Un negocio arruinado, pienso, y me acuerdo por asociación del desvalijado museo de Tirana. ¿Adónde van a parar las piezas de un museo saqueado, de una galería cerrada? Yo creo que los museos disminuidos y las galerías fracasadas acaban encontrándose en algo que no sé si es parasitismo o simbiosis. Esta tiene los vinilos negros con el nombre: Roberto Polo Gallery.