Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


La bocca della verità

22/01/2020

Siempre ha sido uno de los símbolos de Roma. Rodeada de leyendas, al menos desde el siglo XI, la más famosa de ellas es la que afirma que  quien miente, pierde la mano al introducirla en la boca. Esto ha hecho que sea usual acercarse a ella y realizar el consabido gesto. A la vez, permite conocer una de las más bellas, en su sencillez y antigüedad, iglesias de Roma, Santa María in Cosmedin.
Hace ya muchos años que me acerqué a ella por primera vez. Y con ocasión de cualquier viaje a Roma, me gusta pasear hasta allí y luego deambular por las naves de la preciosa iglesia, con su pavimento cosmatesco, sus restos arqueológicos, el bello baldaquino donde se celebra en rito oriental. Se pueden ver allí, aunque no tienen nada de románticos, los restos de San Valentín, el santo de los enamorados, cuyo cráneo se contempla a través del cristal del relicario. Un hermoso remanso de paz. Que dejó de serlo.
Desde hace algún tiempo los pequeños grupos de turistas o de personas aisladas que se acercaban a contemplar ese rostro masculino labrado en mármol, a modo de máscara con ojos, nariz y boca perforados, del que ignoramos si era una fuente, una salida de agua o una cloaca, han sido sustituidos por verdaderas masas de gente, sobre todo orientales, que hacen largas colas para cumplir el rito postmoderno de meter la mano el tiempo justo para poder  realizar la fotografía que inmortaliza el evento. El antiguo pórtico abierto ha sido clausurado por verjas, que impiden el acceso, antes directo, y ayudan a que el turista ‘colabore’ con un donativo antes inexistente.
Suelo seguir acudiendo a Santa María in Cosmedin, que, a pesar de todo, continúa siendo un oasis de belleza, acentuado por la música ambiental, habitualmente cantos litúrgicos del Oriente cristiano. Pero ya no repito el viejo rito de introducir la mano en la boca, y si voy acompañando a algún viajero amigo, hacer la broma. La masificación turística se impone. Una vez más me vuelvo a preguntar, con un poco de tristeza, sobre el modo en que algo tan maravilloso como es la posibilidad de que gentes de todas partes puedan viajar, conocer otros países, culturas, personas, se esté convirtiendo en algo impersonal, que obliga a repetir lo que está de moda, sin que el viaje nos penetre, nos humanice, nos embellezca el alma. Deambulando por la Urbe, observo cómo monumentos únicos apenas son visitados, pues no hacen ganar seguidores en Instagram, mientras otros, por obra y gracia de los influencers o de cualquier página de moda en Internet, se saturan hasta poner en peligro su propia existencia. Pero no sólo en Roma, sino en cualquier ciudad histórica. Como Toledo.
Concluyo con un sueño ante la Bocca: filas de políticos españoles, unos detrás de otros, metiendo la mano, mientras la leyenda se cumple. Sería divertido ¿no?