Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Luisa Sigea

02/06/2021

Su retrato decora, junto a otros ilustres hijos de Toledo, una de las galerías de la Biblioteca de Castilla-La Mancha, formando parte de la serie que, bajo el mecenazgo del cardenal Lorenzana, mandó pintar Pedro Manuel Hernández, bibliotecario mayor del Arzobispado durante aquel pontificado. Ya este dato debería advertirnos de la valoración en que se la tuvo en el pasado, contrastando con el olvido del presente. Luisa Sigea de Velasco, una de las muchas figuras femeninas que durante el siglo XVI destacaron por su formación humanística y su dedicación a las letras.
He de reconocer que la he descubierto recientemente, de la mano de la biografía publicada por Jesús Muñoz y Elena Muñoz en Ledoria el pasado año. Una figura realmente fascinante. Nacida casi con toda seguridad en Tarancón, ella se definía a sí misma como Toletana, y toledanas eran sus raíces, siendo su padre el humanista Diego Sigeo, el Toledano; su hermana Ángela también destacó, en su caso en el campo musical, colgando también su retrato en la Biblioteca del Alcázar. Sigeo había estado al servicio de Juan de Padilla y de María Pacheco, a la que acompañó en su exilio portugués. Luisa, nacida en 1522, creció en el ambiente humanista de la corte ducal de los Braganza, a cuyo servicio estaba su progenitor, y luego en el de la del rey Juan III de Portugal. Aprendió latín, griego, hebreo, sirio y árabe. Pasó al servicio de la reina Catalina de Austria, como menina de la infanta María, hija de Manuel el Afortunado y de Leonor de Austria, la cual, repitiendo el ejemplo de su abuela Isabel la Católica, quiso que su hija se educara en un entorno humanístico. La infanta creó una pequeña corte en la que reunió un conjunto de damas cultas, dedicándose al cultivo de las letras, las bellas artes, la música y la filosofía. Luisa, maestra de latín en la Casa de la reina, pasó después a la de la infanta, continuando su función de maestra, dedicándose asimismo a los estudios humanísticos, comenzando aquí su obra literaria, entre la que destaca su primer poema, Sintra, dedicado la infanta, traducido al español por Marcelino Menéndez Pelayo, enviado al papa Paulo III junto a una carta escrita en cinco idiomas. Casada, tras diez años en la corte, con Francisco de las Cuevas, comerciante amante de las letras, se trasladó a Burgos, desengañada del ambiente cortesano, al no encontrar allí reconocimiento a su labor. Tampoco lo halló a pesar de sus reclamos a Felipe II, muriendo prematuramente joven y llena de tristeza. Su obra, famosa, cayó en el descrédito a causa de una falsa atribución debida al escritor francés Nicolás Chorier.
Recuperada recientemente su obra y su figura, es un deber de justicia que la ciudad de la que se sentía orgullosa de descender la honre como merece. Para ello nada mejor que leer su obra, dejándose envolver por su belleza.