Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


La bulldozer albaceteña

13/05/2021

Pasa el tiempo y las nuevas generaciones que pululan por las calles no tienen ni puñetera idea de cómo era la ciudad de sus padres y de sus abuelos. Y aquí llego yo para recordarlo de vez en cuando, que el tiempo no nos borra del todo el resquemor que nos consume por dentro, por la indignación que nos produce la continua observancia del desastre urbanístico irreversible.
Las ciudades bellas no surgen por casualidad, sino como resultado de planeamientos urbanísticos serios y racionales, desarrollados de generación en generación por sus propios habitantes a través del tiempo y de sus representantes políticos. Si hay alguien en Albacete que carezca de la mínima autoridad moral para mirarnos a los ojos, son los sucesivos políticos locales y regionales que hayan tenido un mínimo de responsabilidad en el destino urbanístico de la ciudad. Todos ellos, sin excepción, comparten la gloriosa responsabilidad política del mejunje que tenemos por ciudad, por su acción directa o por su consentimiento o sometimiento continuado a los excesivos poderes otorgados a urbanistas y promotores inmobiliarios a lo largo de los años, a la voluntad y el pelotazo urbanístico del ladrillero de turno, al margen de cualquier criterio riguroso de responsabilidad social. La ciudad es lo que los políticos han hecho o han permitido hacer.
Quede claro que los políticos tampoco surgen por generación espontánea. Los políticos somos nosotros mismos, nuestros padres, nuestros hijos y nuestros vecinos, nuestros amigos, que hacen exactamente lo que todos queremos o permitimos que hagan. Tenemos todos, los políticos y nosotros, la ciudad que queremos y merecemos.
Lejos de conseguir un desarrollo urbano de calidad en el que primaran los criterios de cohesión social, respeto al entorno, conservación y recuperación del patrimonio edificado, la ciudad no ha sabido mantener un crecimiento urbano cualificado y respetuoso con el patrimonio arquitectónico.
En Albacete se han erigido auténticos mausoleos que, sin respetar estilos y formas, se han apartado terriblemente de lo anterior. Se han trazado calles y barrios absurdos y se han eliminado edificios de una riqueza histórica y arquitectónica digna de mimo, limpieza y restauración, destruyendo así, no sólo la presencia física de tal o cual edificio, sino todo símbolo de identidad y testimonio de nuestro pasado y nuestra cultura, prefiriendo la pala al restaurador, el bloque sin personalidad al bello edificio remodelado. Nada queda de la posada de la Estrella, de la portada plateresca de la calle Martínez Villena, el palacio renacentista de la calle del Rosario, la Casa de los Picos, la Casa de la Marquesa, el magnífico palacio rococó de la calle Mayor, la Casa Lonja, la Rotonda, el Teatro Cervantes, la Casa Noguera, la Casa de Montortal, el Banco Central.
Busquen, por ejemplo, el ‘Archivo Fotográfico de Julián Collado’, de la Diputación de Albacete, o ‘Del Albacete antiguo: imágenes y recuerdos, de Alberto Mateos Arcángel’, del Instituto de Estudios Albacetenses, y sabrán de qué hablo.