Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Pastoreo que cuida el suelo

13/05/2021

Aunque lo más probable es que cuando los urbanitas oímos hablar del suelo nos imaginemos algo inerte y, por lo general, poco activo como el hormigón, el asfalto, el cemento, los laminados sintéticos, los pavimentos cerámicos, las baldosas hidráulicas, el gres porcelánico, los vinilos autoadhesivos, la piedra o el mármol, en realidad el suelo es algo bien vivo y de que siga vivo depende nuestra existencia.  El suelo es irremplazable, no renovable, porque su pérdida y degradación no son reversibles en el curso de una vida humana.
Es un sistema complejo y heterogéneo que constituye la capa superior de la corteza terrestre. Compuesto por una mezcla de partículas minerales, materia orgánica, agua, aire y nutrientes es capaz de sostener el crecimiento de organismos vivos y sirve de base para la producción de nuestros alimentos y nuestro ecosistema.
Su formación desde la roca originaria y su equilibrio se debe a procesos físicos, químicos y biológicos. Físicos que van reduciendo el tamaño de las partículas. Químicos que alteran la composición de esas partículas y dan lugar a otros compuestos. Biológicos por la acción de toda la comunidad que lo habita: las plantas, los invertebrados –artrópodos, anélidos, nematodos y moluscos-, y la microbiota, un conjunto microscópico de millones de bacterias, actinomicetos, hongos, protozoos y algas. Esta acción biológica del suelo es la responsable de la descomposición de la materia orgánica, de los ciclos biogeoquímicos, de la estabilidad de la estructura y de la agregación de las partículas que, en definitiva, recicla nutrientes y renueva el suelo.
En demasiadas ocasiones, se señala al ganado como la causa de la degradación y desertificación del suelo, pero cuando esto ocurre se debe a una mala gestión de los rebaños porque es incuestionable la necesidad de que los animales pasten para conservar los ecosistemas.
La práctica del pastoreo adaptado a las características de cada territorio es un conocimiento útil y experimentado cuyo empleo quedó relegado allí donde los cultivos agrícolas no tenían mucho sentido ni rentabilidad económica. Allí se preservó, a duras penas, ese saber tradicional con sus nombres: sirle y redileo, majadales, cambio de cortados, trashumancia, etc. que no son más que expresiones de la racionalidad humana que encuentra la manera de aprovechar los recursos finitos, asegurando su conservación. Pericia de aquellos que leían en las plantas el estado del suelo y su fertilidad. El cardo común y la acedera les alertaba de la compactación de la tierra en los pastos y corrales o la abundancia de verdolagas de la erosión de las tierras desnudas.
Es curioso que ahora nos llegue ese conocimiento desde lugares lejanos, como los árabes nos devolvieron a los clásicos, para volver al buen pastoreo. Desde Zimbabue, Allan Savory promotor de la ganadería holística para revertir los procesos de desertificación y mitigar el cambio climático. Desde Sudáfrica, Johan Zietsman con su Pastoreo de Ultra Alta Densidad (PNUAD) recupera la fertilidad del suelo. O desde Colombia, Roman Jiménez, pionero de la ganadería regenerativa, demuestra como favorece el reciclado de nutrientes, la biodiversidad y la producción del suelo.