Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Castilla, siempre Castilla

23/04/2021

Todas las ciudades, por muy anodinas que sean, siempre tienen un espacio reservado para la sorpresa. El miércoles salía del Palacio de la Cotilla de Guadalajara, castellanísimo edificio del siglo XVI en el que los marqueses de Villamejor dejaron el sello oriental en un salón chino que le da un toque exótico a esta casona. En esas me paró un joven al que había visto acercarse a lo lejos con paso rápido, casi con marcha atlética. De estatura mediana, gafas y una buena melena de rizos un tanto alocados. No tendría los 50 años. Antes de empezar a hablar ya estaba sonriendo: «Espera que te voy a regalar algo». No me pasaba desde que cerró Calzados Borobia, aquella zapatería de la calle Mayor que cumplía su reclamo de venta: «Cansados de ganar, empezamos a regalar». Antes de encontrarme al de los rizos, me había parado una mujer para ofrecerme romero, pero conozco de sobra sus intenciones.
El joven se descolgó la mochila y la apoyó en el suelo para maniobrar. Abrió la cremallera y en ese momento se le cayó una cuerda de pita perfectamente enroscada. «Este me ata al árbol y se lleva hasta mis calzones», pensé. También es cierto que lo habría tenido difícil. En la zona, alcorques hay unos cuantos; árboles, contados, y ya se encarga de denunciarlo casi a diario en las redes sociales un tipo que, por lo que cuenta, debe de saber un rato de árboles. Pero volvamos a la mochila. Después de la cuerda, salieron no sé cuántas bolsas -a saber lo que llevaban dentro-, hasta que dio con unos sobres de plástico blando. Me entregó uno con un montón de miguitas de pan que se habían quedado pegadas al plástico, por lo que deduje que, en las otras bolsas, cuyo contenido era un misterio, al menos en alguna, llevaba un bocata. Siempre me ha parecido entrañable la gente que lleva comida en las mochilas. Esto se aprende en el periodismo de guerra: cuando puedas comer, come, y cuando puedas cagar, hazlo. Después, nunca sabes lo que te va a deparar la jornada.
Cogí el sobré de plástico lo abrí y vi que había una mascarilla con una cuartilla en la que destacaba un texto impreso con letra tahoma y un cuerpo de letra muy pequeño. En ese momento no lo leí y me limité a darle las gracias. Sin más. Cuando apenas me había apartado unos metros, me di la vuelta, reclamé su atención y le pregunté: «¿Te debo algo?». «Con las gracias es suficiente», contestó de inmediato el de los rizos.
La mascarilla ya daba pistas de por dónde iba el obsequio. Una mitad está ocupada por un número con caracteres muy grandes. Después, el título de la cuartilla y el texto explica su significado: «1521 y en abril para más señas. Esta mascarilla que tienes en tu mano es un regalo que te hago para recordar que en este año 2021 se cumplen 500 años de la derrota del movimiento comunero. La historia de los comuneros es la historia de la oposición de muchos castellanos al poder extranjero que acabó gobernando Castilla para saquearla sin disimulo a costa de los intereses europeos del rey Carlos I».
El texto lo firma Fernando, sin más señas, e intuyo que será el joven que me regaló ese sobre. «Padilla, Juan Bravo y Maldonado murieron, pero su lucha por la libertad y la justicia frente al poder establecido ha llegado hasta nuestros días». El encuentro casual y este obsequio confirman que, 500 años después, el pueblo está muy por encima de los que nos gobiernan, independientemente del color. Una región tan castellana como es este invento llamado Castilla-La Mancha debería haber conmemorado con más honor una parte de nuestro pasado del que muchos no podemos estar más orgullosos. ¡Viva Castilla!