Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Barroco soberbio

01/06/2022

Roma es, ante todo, una ciudad barroca. Tras el Concilio de Trento, el afán de los papas por convertirla en el auténtico centro del mundo, propiciaron una intensa actividad arquitectónica, que se vio completada por los proyectos decorativos que embellecieron iglesias, palacios, plazas y calles, con abundancia de fuentes públicas, cuyo rumor formaba parte de la escenografía viva de la Urbe.
Estos días he visitado, en el Palazzo delle Scuderie del Quirinale, una extraordinaria exposición que recoge los fulgores barrocos de otra ciudad italiana, Génova, la Superba, como la llamó Petrarca. Titulada Superbarocco. Arte a Genova da Rubens a Magnasco, recoge una rica selección del arte producido en aquella república marítima, consecuencia, en gran parte, de la riqueza generada por sus relaciones económicas con la corona de España, una república aristocrática que, para mantener los privilegios regios derivados de su dominio sobre la isla de Córcega, en 1637 proclamó reina a la Virgen María.
La selección de piezas es soberbia. Nos recibe el retrato ecuestre, obra de Rubens, de Giovan Carlo Doria, uno de los grandes mecenas de la ciudad, que trae a la mente el que el pintor flamenco realizó para el duque de Lerma. Del mismo es una magnífica representación de un milagro de San Ignacio de Loyola. Otros retratos espléndidos son los realizados por el también flamenco Van Dyck. Junto a ellos, una amplia y rica representación de pintores de la calidad de Simon Vouet, Procaccini, Gentileschi, Castiglione, Domenico Piola o Alessandro Magnasco.
Encontré, mientras deambulaba, una inesperada sorpresa. Agradable, pero turbadora por el descubrimiento que me deparó. Junto a una bandeja de plata que muestra la partida del genovés Cristóbal Colón de Palos, se expone una de las que representan la escena del rapto de las sabinas, propiedad de la Catedral Primada de Toledo. Junto a la alegría de encontrar una pieza del patrimonio toledano en una exposición romana –de nuevo la conexión íntima entre Toledo y Roma- la perplejidad al descubrir que su autoría no corresponde, como siempre he escuchado y leído, a Benvenuto Cellini, sino a un autor flamenco, Matthias Melijn, quien la realizó en 1627, inspirándose, desde el punto de vista iconográfico, en una pintura de Luca Cambiaso. La llegada de la pieza a la seo toledana está vinculada al cardenal Francisco Antonio de Lorenzana –cuyo discreto doble centenario está pasando demasiado desapercibido para una figura tan relevante-. Además de esta bandeja, se pueden contemplar otras piezas de orfebrería, esculturas en los más diversos materiales, destacando el singular paso procesional del Bautismo de Cristo, en el que, junto a la representación del bautismo de Jesús, aparecen unos jóvenes bañándose en el Jordán, en una inusual iconografía.
Durante mucho tiempo se tachó el arte barroco como decadente y de mal gusto. Una exposición como esta, o una ciudad barroca como Roma, desmienten dicha falacia. Y si no, piensen en el maravilloso Transparente de la Catedral Primada toledana.