Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


Los codos

04/06/2020

Emiliano García-Page dijo ayer en la firma del Pacto por la Reconstrucción de Castilla-La Mancha con Ciudadanos que estos tiempos del Coronavirus han demostrado que los codos pueden ofrecer mejores metáforas que las que hasta ahora habían propiciado. Se sonreía recordando cómo esta articulación del tronco superior había sido utilizada en numerosas ocasiones dentro del campo de la política para expresar rivalidad, encono o ganas de notoriedad. Ahora, prohibidos besos y abrazos, solo el codo responde del afecto humano. Esto corrobora mi teoría de que el Covid-19 es un virus contra natura, artificial, si no creado por los chinos, sí pensado por el más tortuoso y retorcido ente oscuro, extraño o recóndito que habita el planeta. Un virus que separa, disgrega y encapsula, cuando lo natural del ser humano es la sociabilidad y el trato afable y cercano con los demás. Nos hemos confinado bajo la pata de la cama y ya no nos atrevemos ni a mirarnos por encima de las mascarillas. De follar, ni hablamos, como en el chiste.
Los codos son las salutaciones que antes hacíamos con abrazos, besos o palmadas en la espalda. Emilia Landaluce, una de las mejores columnistas del panorama periodístico español, dice que al que le dé un codazo, le responderá con una hostia. No llegaré yo a tanto, porque en tiempos de carestía, cualquier muestra de afecto es digna de encomio y guardarla en el corazón. El choque de codos es el símbolo de una cultura destruida, puesta en jaque por los bichos del aire… Cuando hablan de la nueva normalidad, me pregunto si no será esto a lo que se estarán refiriendo. Dónde quedan los besos con babas, los mofletes aplastados, las lágrimas sorbidas sobre las mejillas del otro… Qué tremenda tristeza, qué halo de soledad infinita, qué horror más insuperable y vacuo… Esto es el existencialismo y no Sartre ni Camus. Qué vida merece la pena ser vivida si no es con fluidos compartidos.
He chocado el codo un par de ocasiones, más por el acto reflejo de contención ante lo que indubitablemente era un abrazo, que por otra cosa. Los codos han tenido poca literatura. Hasta ahora. El codo podría beber, si acaso, de la tradición quevedesca, enlazándolo con el culo del pollo y otras protuberancias semejantes. Se nos ha quedado la vida reducida a un codo en el camino, una mascarilla suspensa y unos guantes limpios. Hemos cambiado los lubricantes por hidrogeles y así no hay quien se empalme. El Coronavirus es un alto en el camino, una sospecha permanente, una analítica contraindicada. Igual que tengo amigos que salen de su casa con los papeles del Ocaso por si ocurriera cualquier eventualidad, también tengo otros que llevan el último chequeo por si ligan. Los certificados de que todo está bien. Ahora será más necesario que nunca, pero entre el condón, el termómetro y el test, prefiero quedarme en casa haciendo crucigramas. Tengo la cabaña en todo lo alto.
El pacto de los codos queda para la Historia y no será ni el primero ni el último. Codo con codo se hará la reconstrucción y lo que venga. Un diputado me enseñó hace tiempo que la manera de progresar en política era el culto al líder. Y es ahí también donde entra la teoría del codo. Quítate tú pa ponerme yo. Entre clavar los codos y empinarlo, prefiero lo segundo, aunque nos salve lo primero. Uno, que es de pueblo, llevaba siempre los codos negros. Ahora los perfumo y les echo talco antes de salir a la calle.