Francisco Javier Díaz Revorio

El Miradero

Francisco Javier Díaz Revorio


Carne sin carne

13/12/2019

La Cumbre del Clima ha servido como altavoz a una idea que hace tiempo vienen transmitiendo algunos ‘expertos’: parece que hay que comer menos carne, y especialmente menos carne de vaca. Más allá de razones ideológicas o puramente dietéticas, se ofrecen argumentos basados en la ‘sostenibilidad’ (aparentemente se aprovecha ‘peor’ el espacio dedicado a esta ganadería, al que hay que sumar el de los cultivos para su alimentación) y otros específicamente vinculados al efecto de los gases generados por las ventosidades de las vacas. Me temo que la sentencia está dictada, y en términos globales poco se puede hacer: más pronto que tarde, una importante mayoría abandonará o reducirá drásticamente este consumo.  Y el indicio más poderoso de que así será es que grandes empresas, que en su día invirtieron en las tecnológicas de mayor éxito, ahora han ‘apostado’ por una nueva industria alimenticia, consistente en lo que yo llamaría ‘carne sin carne’: hamburguesas de origen vegetal, tan ‘auténticas’ en su aspecto que incluso ‘sangran’ cuando son ligeramente aplastadas, y según algunos testimonios, con un sabor muy ‘logrado’.

No discutiré ahora los argumentos en términos globales, pero puedo decir que soslayan por completo las peculiaridades. La carne, y especialmente estas carnes, ha sido durante milenios una base fundamental de nuestra alimentación (de lo contrario, quienes pretenden imponer una alimentación sin carne, no intentarían ‘vendérnosla’ o hacerla más agradable simulando hamburguesas…). Si el ganado vacuno existe miles de años antes de que empezase a producirse el actual cambio climático, es porque, naturalmente, la cría de vacas no tiene nada de nocivo cuando se hace en la forma y cantidad adecuadas. Que son, ni más ni menos, las que tradicionalmente conocemos en gran parte de España, y especialmente en nuestras tierras del norte. Desde el punto de vista del medio ambiente, este ganado criado en semilibertad en los prados solo puede resultar positivo, desde tantos puntos de vista. En cuanto a los ‘gases’… hay pueblos enteros que con frecuencia ‘huelen’ a bosta de vaca y -lo digo sin la menor ironía- a mí ese olor, que conozco desde niño, me gusta y no consta que a nadie le haya perjudicado. Así que no mezclemos: una cosa son las macrogranjas donde las reses viven apretadas y se alimentan de piensos hechos con cultivos transgénicos, y otra muy distinta lo que tenemos en el norte de España. Y si no, que vengan los expertos a verlo. No deja de resultar paradójico que en la era de la ‘diversidad cultural’ algunos traten de imponer la uniformidad homogénea cuando se trata de ciertos valores, según ellos mismos interpretan.