Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Fray Cándido, héroe toledano

05/10/2021

Ocurrió tal día como hoy. Un año antes del fatídico 1898. Y muy lejos. En el pueblo de Baler, en Filipinas, cuando aquellas tierras estaban a punto de dejar de ser españolas.
La noche del 4 al 5 de octubre del año previo al Desastre, se gestó en la isla de Luzón un episodio encadenado con los sucesos que desembocaron, meses después, en la caída definitiva del telón colonial de España. Los filipinos insurgentes (katipuneros), atacaron con todo lo que tenían a su alcance las debilitadas posiciones españolas y consiguieron doblegarlas.
Historiadores hay para describir pormenorizadamente lo ocurrido en Baler en esas horas negras: el desconcierto, la derrota, la oscura muerte del teniente español Mota y la captura de varios españoles por parte de los katipuneros. Entre ellas, la de Fray Cándido Gómez Carreño, un franciscano de Toledo cuya figura resulta imprescindible para comprender la dimensión de la gesta de los llamados, Últimos de Filipinas.
Desde pequeño, fray Cándido -barrudo para más señas-, estuvo llamado para ser lo que fue: un héroe. Años antes de ejercer su ministerio en Filipinas, y cuando se formaba en el seminario menor de Consuegra, dio prueba de cómo estaba forjado. La famosa ‘nube de Consuegra’ le pilló en el seminario y, según varias crónicas de la época, fue de los primeros en saltar por la ventana del seminario para ayudar y socorrer a todo aquel que lo necesitara.
De Consuegra pasó al seminario de Pastrana, dónde terminó sus estudios. De allí -muy jovencito aún- a Filipinas, como la mayoría de los franciscanos de aquella época, para ejercer su vocación.
Volvamos a la historia. A las once de la noche de aquel 4 de octubre de 1897, Fray Cándido fue uno de los pocos españoles que consiguió huir del ataque insurgente. Vagó por la selva varios días hasta que fue capturado y condenado a muerte.
La firma de la paz de Biak-na-Bató supuso la liberación de los prisioneros hechos en Baler por los insurrectos. El padre Gómez Carreño fue liberado el 20 de diciembre. Aunque solicitó al provincial su retorno a España, no le fue concedido, por lo que eligió volver a Baler en lugar de ser enviado a otra parroquia.
Fue en aquella iglesia, en esas cuatro paredes de Baler, donde Fray Cándido entró en la historia.
El religioso toledano -que sabía lo que se venía encima- convirtió la iglesia, meses antes del asedio, en un fortín. Como pudo, consiguió varios sacos de arroz y los guardó en previsión. Y allí, junto a unos pocos soldados españoles (pero muy bien formados y adiestrados), defendió el último puñado de tierra que le quedaba a la nación en la que, siglos antes, no se ponía el sol. «Cinco mil filipinos, cuatro cañones, treinta españoles; una bandera al viento y sus riñones», decía la canción menos conocida de aquella primera y gran película sobre la gesta.
Fray Cándido murió a los pocos meses del asedio. Entre aquellas ruinas de piedra que se resistieron a dejar de ser españolas. Y no lo hizo por las balas filipinas. Falleció por beriberi, como la mayoría de las bajas de los compatriotas.
El cuerpo de Fray Cándido Gómez-Carreño fue repatriado años después, con todos los honores, junto a los otros héroes caídos en Baler. Sus restos reposan en un monumento en el cementerio de la Almudena, en Madrid. Junto al de otros grandes héroes de Cuba y Filipinas.
(Cualquier parecido de este gran toledano, con el caricaturizado en la película ‘1898’, es inexistente y ofensivo).