Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Presidente Page, déjanos verlos

10/12/2020

En este año tan duro, que ha devorado el mundo convirtiéndolo en una caricatura de lo que un día fue nuestra vida, hemos aprendido que somos vulnerables y fuertes, dóciles y rebeldes, libres y sumisos. Nuestras contradicciones han quedado más que nunca al descubierto y ahora afrontamos la Navidad con la intención de cumplir unas normas que nos protejan del maldito virus, ante la esperanza de un horizonte más prometedor.
Para mí, la Navidad es una época de nostalgia, de esa niñez con padres, abuela, primos y tíos compartiendo mesa, langostinos y mazapán, que a toledanos no nos gana nadie. Después llegan las pérdidas y nada es igual, aunque tu hijo vuelva a poner el universo patas arriba, desbordante de ilusión, con zapatos y copita de anís para los Reyes Magos. Allí, la abuela. Tres, no necesitábamos ser diez, ni siquiera seis. Y es que estar rodeado de los que más quieres es la auténtica celebración. Pero eso tampoco eso es eterno. Y te ves obligada a adaptarte a una nueva realidad.
Se cumplen nueve meses desde que los mayores de Castilla-La Mancha están confinados en sus centros. Tras un breve periodo de rígidas visitas, con la seguridad debida, se cerraron las puertas y se les volvió a aislar de sus seres queridos para preservarles de una enfermedad que, en nuestra región, ya ha matado a 2.500. En su soledad, el inestimable cuidado de los trabajadores no ha impedido que experimenten un profundo deterioro cognitivo y de movilidad, sumidos en una profunda tristeza que, en muchos casos, ha desembocado en depresión. No lo digo yo, lo confirma un estudio europeo al que alude la Asociación Española de Geriatría y Gerontología para poner de manifiesto que el coronavirus no es excusa para impedir las visitas en las residencias de mayores. Incluso Amnistía Internacional ha alertado de la situación de las residencias. Pero en Castilla-La Mancha, la consejera Sánchez lo ha ignorado. Tampoco los mayores le han quitado el sueño a Iglesias, vicepresidente segundo de Asuntos Sociales, a quien solo le preocupa un anciano, el emérito. Es indignante que, nueve meses después de la tragedia vivida en las residencias, el Consejo Interterritorial de Servicios Sociales se haya reunido para establecer un protocolo que regule estos centros. Miles de muertos después.
Llevo tanto tiempo esperando ver a mi madre, que ni siquiera me salen los reproches hacia quienes han permitido esa soledad cruel, esa falsa seguridad que la tiene sumida en el más terrible de los olvidos. Son nueve meses sin abrazos, sin besos, sin hijos, sin nietos, sin hermanas, sin esa cercanía que da sentido a su existencia. Nuestros mayores merecen una vida digna. Espero que esta Navidad rara, en la que los gobernantes nos permiten al resto de los humanos relacionarnos con nuestros familiares, incluso con allegados, ellos, los residentes tengan derecho a sentir el calor de sus seres queridos. Agotada de reivindicarlo, se lo pido desde esta tribuna privilegiada a Page: presidente, apelo a tu humanidad, déjanos verlos. Mi madre ya no me reconoce, pero seguro que me sonríe.