Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Saltos

07/01/2020

El año comienza con los saltos de invierno. Desde la cima de un trampolín, un individuo con mallas ceñidas a un cuerpo macizo y veloz se ajusta las gafas de ventisca, toma una última bocanada de oxígeno y se lanza pendiente abajo, libre de rozamiento, para acumular la energía suficiente que le permitirá volar. Culminado el despegue, lo fundamental es mantener el cuerpo alineado con la tierra, trazar el ángulo perfecto con los esquíes para prolongar el tiempo en el aire, y estirar el valor al máximo para retrasar el momento del contacto con el suelo. Así se bate el récord y se gana el premio de ser el mejor, pero también se incrementa el riesgo de estrellarse. Como siempre, los campeones son aquellos que consiguen la mezcla alquímica equilibrada e intuitiva de valor, decisión, técnica, confianza y prudencia.
Todos comenzamos el año en la parte alta del trampolín de saltos. A nuestros pies nos espera el vértigo del tiempo convertido en rampa. Llegamos allí con la sensación de limpieza que acompaña a las uvas de Nochevieja; se diría que con cada campanada nos libramos de una pesadumbre y engendramos una esperanza. El estreno del año es una alfombra de nieve pura sin senderos marcados. Parece que se respira mejor, que el amanecer del uno de enero está envuelto en celofán y que todo lo que nos espera es un regalo. Por eso hacemos propósitos increíbles, convenciéndonos de que no somos los mismos que nos acostamos unas horas antes hastiados de azúcar y alcohol. Nos levantamos optimistas, dispuestos a aprender portugués, a esculpir abdominales de acero con rollos de grasa y mucha imaginación, a cambiar nuestro mundo con nuestro ingenio, a descubrir los rincones más ocultos del planeta e irradiarlos con nuestro encanto.
Y con esos esquíes en los pies nos tiramos pendiente abajo. Y la aceleración nos arranca los pensamientos que teníamos en la cima, y se lleva por delante la sensación de novedad y pureza para ponernos delante del mismo reflejo que llevamos viendo media vida en el espejo. La mayoría, a mitad de rampa, habremos perdido la verticalidad y cerraremos los ojos al sentir el terror del fracaso y la caída a plomo. Pero unos pocos mantendrán el tipo, el empeño o la fe, y despegarán con la inercia convertida en alas, y volarán durante unos segundos que parecerán inacabables. Y desde abajo, los derrotados por la rutina nos consolaremos pensando que el próximo año será el nuestro y lograremos mantener los esquíes bien sujetos; creyendo que seremos capaces de volar, aunque sólo sea por un instante, componiendo una figura en el cielo tan bella como fugaz, antes de morir.