Miguel Ángel Dionisio

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Miguel Ángel Dionisio


Las lentejas de Esaú

25/11/2020

Seguro que les suena algo la historia. Sobre todo aquellos que no han sufrido en su formación los vaivenes de la demencial política educativa española y aún conservan un poso de cultura humanística que incluye cierto conocimiento, más allá de que se sea creyente o no, de ese conjunto de libros que, por este motivo, denominamos la Biblia.
Lo cuenta el libro del Génesis, en el capítulo 25. Esaú era el hijo mayor de Isaac y, por tanto, a quien le correspondía la bendición que conllevaba la primogenitura. Además, era el preferido de su padre. Sin embargo, su hermano menor, Jacob, a su vez preferido por Rebeca, la madre, era mucho más astuto. Un día en el que Esaú regresaba, hambriento, de cazar, encontró a su hermano que estaba guisando un potaje de lentejas; acuciado por el hambre, pidió a Jacob que le diera de comer. Éste respondió que, a cambio, le vendiera los derechos de primogenitura. Esaú, urgido por la necesidad inmediata, lo hizo, afirmando que de qué le servían en ese momento dichos derechos, de modo que los malvendió para saciar su hambre. La historia se complementa con otra argucia de Jacob, narrada en el capítulo 27, mediante la cual, con la ayuda de Rebeca, logró la bendición de su padre ciego, una bendición que era irrevocable. Esaú, impotente, y lleno de amargura, hubo de resignarse a perder el puesto que le hubiera correspondido, por culpa de su cortoplacismo y su afán de obtener una satisfacción instantánea.
Como otras historias bíblicas, la de Esaú y Jacob se convierte en un reflejo de lo que son las acciones humanas, independientemente del tiempo y del lugar. Todos, en alguna ocasión, hemos olvidado, tratando de afrontar lo urgente, de atender a lo importante, con la consecuencia posterior de lamentos irremediables.
La política española actual tiene mucho de Esaú, sin que falten abundantes Jacob que, aprovechando la extrema necesidad del hermano aparentemente más fuerte, obtienen ventajas que en  otras circunstancias serían imposibles. Esaú, muerto de hambre (y este hambre entiéndanlo como crean conveniente) no duda, una y otra vez, en vender su primogenitura por las calientes lentejas, a la par que su hermano logra recibir abundantes bendiciones usando sus argucias, que no excluyen el fraude y la mentira. Pero Jacob tuvo que pagar también un alto precio, en forma de destierro, sufriendo asimismo el engaño y la humillación, antes de poder disponer de los beneficios de la primogenitura. Pero sabía lo que quería a largo plazo, mientras que el cortoplacismo de su hermano le hizo perder finalmente todo. Decía Weber que «la política significa horadar lenta y profundamente unas tablas duras con pasión y distanciamiento», todo lo contrario a la superficialidad y al inmediatismo de quien sobreviviendo y resistiendo día a día, se aboca fatalmente al fracaso final.
¡Ah! Esaú acabó fuera de la Tierra Prometida, subsistiendo en las montañas desérticas de Edom.