Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


El puestito de churros de Batres

03/02/2023

Freno. Freno muy, muy despacio. Paro. Un milímetro a la derecha y la rueda del coche caería en el barranco. Un metro de profundidad. La lluvia ha destrozado el camino. Un milímetro… esta mañana medía el bajo cubierta en centímetros. He recorrido mil kilómetros esta semana. Esta noche dibujaré en metros el bloque infinito de pisos del polígono de Toledo. Será en balde. Ayer manejaba microsiemens y microgramos... La vida, como el cosmos, es una cuestión de escalas. Y no te puedes equivocar. Ahí abajo cruza el Guadarrama. Y más arriba las urbanizaciones que trepan apretadas. Miro por el espejo retrovisor. ¿Volver para atrás como aquella tarde de julio en Las Hurdes? Imposible, ya ha pasado mucho tiempo. El precipicio de los alimoches… ¿Continuar? ¿Volcar?
Cojo el cruce de Batres. Los milanos reales me han llevado. Veo el castillo, las fuentes, el regato del Sotillo que baja tranquilo. Paro frente a un muro, ya simple fachada con la cerrajería llena de aperos y trastos. Soldados, paralizados, ya óxido. Calle la Froga. Doy un paseo, silencio, la iglesia en lo alto. Y me encuentro con el puestito de los churros. Giro la cabeza. ¿Qué desea, señor? Lo pienso un segundo. Un café. Un café solo. ¿Tienen café? Sí señor, café de cápsulas. Le gustará. ¿Fuerte? Sí. De acuerdo, muy bien, muchas gracias. ¿Azúcar o sacarina? Nada, gracias. ¿Desea algo más? No tienen churros… Sí, sí señor, no hay porque se los hago ahora mismo… Póngame dos grandes, por favor. Observo a las dos mujeres. Quizá peruanas. Su puestito limpio y ordenado, todo en su sitio, blanco y apretado. Me dan ganas de quedarme allí un rato, de volver todos los días para pedir un café, o un chocolate calentito. Y hablaría entonces un rato con las señoras, qué tranquilo está el pueblo, ¿no? Sí señor, poca gente, llevamos aquí dos años y es muy tranquilo, antes había más, pero se van yendo…Me empiezo a tomar el café en la barra, aquí tiene sus churros, le echo otro si no le importa, muchas gracias, y cojo un trozo. Saben a invierno. Pago. Viene una pareja. Doy las gracias, les digo que está muy rico todo, y me voy a un banco frente al coche. Pasa un colirrojo tizón. Y un par de gorriones, uno de ellos con plumas blancas en las alas. Leucismo, pienso. No sé por qué recuerdo el nombre de esas palabras raras.
La gorriona abre las alas y por un instante el blanco lo es todo. Espalda de mármol. Les echo unos pedacitos. Los coches paran, se baja alguien de atrás, compran algo y se van. Vienen de las urbanizaciones espesas, apretadas como caparazones de tortuga entre la raya de las dos provincias. Tierra de nadie. De nada. Echo un último vistazo al puestito. Volveré. Y bajo al Guadarrama. Necesito conocer y ver, sentir y tocar. Los mapas mienten, los planos siempre mienten, porque no todo es cuestión de escala, de profundidad, de unidades. Necesito conocer, si no también mentiría. El asfalto se convierte en camino entre los borrones de las urbanizaciones. La lluvia se lo ha llevado todo, ha rajado la superficie hasta lo más profundo como un arado. La pendiente aumenta. Me aprieto todo lo que puedo contra los almendros de la barrera. Freno. Freno muy, muy despacio. Imposible. Un milímetro a la derecha y la rueda del coche caería en el barranco. Allá abajo, entre la niebla, alamedas como esqueletos.

ARCHIVADO EN: Río Guadarrama, Toledo