Cuando empecé a estudiar Magisterio en la Normal Pablo Montesinos de Madrid, en la calle Santísima Trinidad,  viví una época especialmente movida; como en la mayoría de los cursos en la Universidad empecé en octubre y un poco más tarde, en noviembre moría Franco dictador de España desde que terminó la Guerra, es cosa sabida por todos, o por lo menos por todos los que tienen cierta edad, de las nuevas generaciones no estoy tan seguro; lo cierto es que yo sí corrí delante de los grises en esa especie de bula que han repetido los políticos para dar muestra de su pedigrí de demócratas de toda la vida. Como estoy comunicativo les voy a contar la batallita. Fíjense si el motivo de la movilización estudiantil era importante y de peso que no me acuerdo del motivo, supongo que sería alguna bagatela aprovechada por los sindicatos y revoltosos universitarios que pululaban por facultades y demás ámbitos universitarios ansiosos de escuchar en los partes del Gobierno la muerte del dictador que estaba en agonía. Lo que quiero decir con todo esto es que más o menos atontado, más o menos enterado, viví en primera persona las algaradas universitarias del fin de la dictadura y no precisamente del lado franquista. Bajábamos desde la Normal por la calle San Bernardo hasta llegar al Ministerio de Educación. Ni qué decir tiene que cuando aparecieron los primeros coches de la Policía Nacional, las famosas lecheras, empezamos a correr todos como conejos dispersándonos por las calles que desde San Bernardo llevan a la plaza de España. Llovía.
Es muy triste y muy frustrante ver que toda aquella lucha, no la mía, estudiante zangolotino ignorante de la misa la media, por más que me considerase «muy concienciado», sino la de los obreros de verdad en las fábricas y el tajo y la gente que se jugaba su pan y el de sus familias además de antecedentes y muchas hostias  creyendo que con la acción podían terminar con una situación que consideraban infernal. Y así era la cosa, la que había y como estaba y por eso ahora me revientan estos manipuladores, tergiversadores de la historia que callaron como ratas hasta que murió Franco muerto y bien muerto, son los amañadores de la historia, para quienes se hizo el refrán de a moro muerto gran lanzada, que se pretenden protagonistas y poco menos que creadores de la España posterior a 1975; pero no, la historia es pasado y por eso es inmutable, se puede interpretar maliciosamente, sobar, manosear y pervertir pero es imposible cambiarla esa es la gran espina que tiene hundida hasta lo más hondo los Pablo Iglesias, los Pedro Sánchez y demás patulea; por mucho que desenterréis a Franco, por mucho que saquéis leyes de memoria democrática y lo que sea hay un par de cosas que nunca vais a cambiar hasta que sean posibles los viajes en el tiempo: El frente Popular perdió la Guerra, por hache  por be, Y Francisco Franco murió en su cama tras cuarenta años de tener a España bajos sus botas. Y eso no hay quien lo cambie.
Espero que ningún lector piense que tengo la más mínima simpatía por el dictador, sus cosas llamémoslas políticas, sus obras o nada suyo, entonces me habría equivocado al escribir la columna, pasa que como historiador del Arte que soy y amante de éste, considero una brutal barbaridad pensar sólo en derribar el conjunto del Valle de los Caídos y su cruz, semejante idea iconoclasta me da vértigo. Siguiendo esta norma no habría pirámides, ni obeliscos, ni zigurats, ni palacios o esculturas griegas, romanas, renacentistas,  castillos, puentes, retablos, catedrales, sólo las burradas que se les ocurriesen a Pedro y Pablo.