Enrique Belda

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Enrique Belda


La insufrible burocracia de la enseñanza

09/06/2020

Pedagogos y expertos en educación habrá que justifiquen lo que viene pasando en la enseñanza española durante los últimos años, pero desde el punto de vista de los profesores, es un verdadero y patente retroceso que por la burocracia y el papeleo nuestras labores de docencia e investigación estén sufriendo un serio menoscabo.
Cada año va a más y encima con esto del Covid-19, el mantenimiento del habitual postureo documental se ha combinado con un incremento de las horas de trabajo para virtualizar aquellas labores docentes que aún se resistían a la relación a distancia. Dudo muchísimo que la cantidad de tiempo que le dedicamos a programas informáticos, memorias, fichas, confección de proyectos, solicitudes varias, o tutorías full time 24/7, sirvan para algo más que justificar a los poderes públicos de cualquier fallo, y evitarles responsabilidades administrativas y contables.
No sabría por dónde empezar, pero todo se resume en que antes un profesor investigaba para dar clases y escribir, y las horas de todo ello eran su trabajo. Ahora un porcentaje importantísimo del tiempo (algunas semanas más que el de clases, por lo menos en las universidades), se emplea en rellenar pantallitas en infames plataformas informáticas, si quieres cobrar, si quieres promocionar o simplemente si no deseas ser objeto de un expediente.
Si de verdad es bueno para la enseñanza, pues que multipliquen el personal auxiliar y administrativo, ya que no es misión del profesor la de gestionar papeles. No creo que sea ese el problema, pues esta autodefensa frente a no se sabe qué, también ha incrementado el trabajo de ese personal administrativo de colegios, institutos y universidades: simplemente se ha montado una estructura con pretensiones garantistas que no pondera los efectos adversos que genera. Variados son los ejemplos: en la universidad hay que enfrentarse cada muy poco tiempo a plataformas informáticas que te lleva horas conocer para luego rellenar sus cientos de entradas (desde para pedir un sexenio, hasta para dar cuenta de tu capacidad docente).
El colmo del despropósito que requiere más de mil horas, para hacerse bien, es la aplicación de la Agencia Nacional de Calidad, para ser acreditado en los distintos niveles de la carrera ¿No sería mejor una oposición, y que empleáramos el tiempo en estudiarla? En los institutos y colegios, las ya excesivas horas presenciales con los chavales han de ser acompañadas de otras tantas para justificar programas, gestionar extraescolares, contestar las decenas de requerimientos de la administración o lidiar con papás y mamás coraje.
Los más sangrantes requisitos y, cuando la burocracia retorna al siglo XIX, se pueden observar en la gestión de los escasos fondos para investigar o hacer actividades: somos considerados como ladrones en potencia y cada euro que pides requiere un tráfico de mails bíblico y una frenética actividad de justificantes que te desanima para promover nada. La enseñanza no es lo primero que hacemos los docentes en tiempo empleado, ni mucho menos, y tampoco vemos que este frenesí de fastidiarnos durante tanto tiempo haya mejorado la calidad pues nunca repercute en los discípulos, y solo parece colmar la tranquilidad de algún burócrata que se mueva con soltura en esta senda de e-learning, competencias, baremos, orgánicas, meritocracia, cáus, y demás monsergas.