Enrique Sánchez Lubián

En el Camino

Enrique Sánchez Lubián


Una casa en Vallecas y un alcalde toledano

04/03/2021

Hay fotografías que expresan mucho más de cuanto muestran las imágenes captadas en ellas. Las que Robert Capa tomó de nuestra guerra civil son icónicas y reflejan la crudeza del enfrentamiento bélico. En una de ellas, cuatro niños juegan ante la fachada de una modesta casa de ladrillos acribillada por la aviación nazi. Hace unos años se identificó el lugar donde el reportero húngaro realizó aquella instantánea, que dio la vuelta al mundo tras publicarse en el ‘New York Times’, como el actual número 10 de la calle Peironcely, en Vallecas. Conocido el dato, la Fundación ‘Anastasio de Gracia’ comenzó una campaña para salvar el inmueble de la picota y convertirlo en símbolo contra la violencia. Durante el gobierno municipal de Manuela Carmena se iniciaron los primeros pasos para protegerlo y darle uso cultural, habiéndose abonado, días pasados, 870.000 euros por su expropiación.
Hablar de la guerra civil y de Vallecas, por entonces pueblo no adscrito a la capital, es recordar también a la figura de Amós Acero, su alcalde en aquellos años. Nacido en Villaseca de la Sagra es uno más de esos luchadores y luchadoras por la libertad con quienes la izquierda toledana aún tiene pendientes deudas de reconocimiento.
Su padre, jornalero y pescador en el Tajo, no pudo costearle más estudios que la escuela rural, pero sí consiguió que una de aquellas familias a quienes vendía sus peces le apadrinase para cursar Magisterio en Madrid. Tras ejercer varios oficios, en 1927 consiguió plaza de maestro en Vallecas. Por entonces ya estaba afiliado al PSOE, haciendo de su militancia una manera de ser y de comportarse en la vida.
Elegido alcalde en abril de 1931 y diputado en las Constituyentes de la II República, su recuerdo es el de un hombre humilde, honesto, coherente, fiel a su condición de maestro, virtudes que alcanzaron máxima expresión durante la guerra, periodo en que multiplicó sus esfuerzos para evitar venganzas, brutalidades, profanación de conventos y todo tipo de tropelías. Detenido al finalizar el conflicto, de nada le valieron los numerosos avales presentados por personas a quienes había salvado la vida. Condenado a muerte, fue fusilado en las tapias del cementerio de la Almudena en mayo de 1941. «No me duele morir siendo inocente, lo doloroso sería morir siendo culpable», escribió en su última carta.