Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Potra, el de Talavera

09/10/2019

A mediados del siglo XVIII comienza la decadencia del arte de rejonear a caballo en las fiestas de toros tal como se venía haciendo en los grandes acontecimientos desde la Edad Media. De manera paulatina empiezan a aparecer cuadrillas de a pie, a cuyos componentes llaman «chulos», hombres valientes, diestros y rápidos que jugaban haciendo desplantes, recortes y capeando a los toros, ejercicios que eran muy del agrado del público y que, hasta entonces y con ese mismo nombre de chulos, habían tenido un papel secundario acompañando y ayudando a los caballeros a torear con rejón. 
 A partir de 1726 esas cuadrillas de chulos comienzan a ganar protagonismo en las corridas: ponen banderillas esperando al toro cara a cara con los brazos abiertos y a matar al toro cuerpo a cuerpo con espada ancha o estoque ayudados simplemente por una muletilla, según podemos leer en los escritores de la época. 
Los chulos vestían un traje ajustado compuesto de calzón y coleto de ante grueso y un correón de cuero muy ancho y ceñido a la cintura con hebillas para tratar de evitar las cornadas. Los primeros toreros famosos que destacan por su habilidad y arrojo en estas suertes son tres: Juan Rodríguez, el de Sevilla, Francisco Romero, el de Ronda y Potra, el de Talavera. Aunque tenemos pocas noticias de Potra, el de Talavera, sabemos por los censos que vivió toda su vida en la villa de Talavera, aparece censado con la profesión de torero y es considerado como uno de los fundadores del toreo moderno. El escritor Leandro Fernandez de Moratín, coetáneo suyo, destaca cómo dominó con mucha habilidad y valor la nueva modalidad, sobre todo la espada, en su Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España.
Después de esos pioneros, cobraría popularidad una nueva terna: El Fraile de Pinto, El Fraile del Rastro y Lorencillo. Estos tres diestros perfeccionaron el ritual y llevaron el arrojo hasta límites temerarios, también serían ellos los que cambiarían el duro y rígido traje de cuero que habían utilizado los anteriores estoqueadores por un traje de seda, más vistoso, pero mucho menos seguro, es el llamado traje de majo, que podemos apreciar en los cuadros de Goya y otros pintores de aquel momento.