Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Pago por adelantado

04/09/2019

Antonio Palomero Dechado fue un periodista y escritor madrileño de finales del siglo XIX y principios de XX que colaboró en todas las grandes publicaciones periódicas de su época: El Imparcial, El País, ABC, el Liberal… Escribió de todo: poesía, novela, teatro, zarzuela, pero destacó sobre manera por sus versos humorísticos y satíricos que firmaba con el seudónimo de Gil Parrado. Con el ‘Cancionero de Gil Parrado’ y las ‘Coplas de Gil Parrado’ he pasado buenos ratos este verano. Palomero era un cachondo mental y sus versos de tono político son, después de más de cien años, de rabiosa actualidad.
Estando como redactor en El Liberal, por estas mismas fechas de septiembre pero del año 1901, firmó una serie de artículos bajo el paraguas de ‘Excursión a Lisboa’ que tienen anécdotas y personajes muy sabrosos.  
El día 1 de septiembre de 1901 llega en tren a Talavera a media mañana, parada y fonda. Casi todos los viajeros se apean para tomar un café, como hay poco tiempo antes de continuar hacia Extremadura, todo el mundo tiene prisa y persiguen con alboroto al mozo de la cantina con las tazas en alto para que les sirva. Palomero compara la escena con el final de Marcia, cuando los numantinos se aprestan valerosos a tomar el veneno.
El mozo, viendo el barullo y el poco tiempo de los transeúntes, empieza a cobrar por adelantado para que no se le escape ninguno. Palomero, que le ha perseguido hasta la mismísima cocina, sorprendido por la nueva regla, intenta convencerle de que lo primero es servir. Me lo imagino con sus largos bigotes engominados y su bombín tratando de convencer al camarero. ¡Tú verah!, porque naranjas de la China. Rebotado, el mozo talaverano le respondió con seguridad y autoridad:
- ¡Lo primero es cobrar!
Antonio Palomero quedó descolado ante la máxima y el tono. Pagó los dos reales sin rechistar y le sirvió su café. El parecido con Marcia le resultó todavía más adecuado cuando probó el brebaje, tan malo que, sin duda, bien hubiera podido matar al numantino más curtido.  Asegura que subió al tren y tardó en conciliar el sueño pensando y analizando la respuesta del mozo. Despertó y siguió en las mismas. La cuestión tenía miga. La columna de ese día la tituló: «Un filósofo sirviendo en la fonda de una estación».