Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Uderzo

31/03/2020


Al pasar delante de la estantería escuché un ruido creciente, como de avión entrando en barrena. Acerqué la oreja a los libros, moviendo los pies muy despacio, hasta que identifiqué como origen del sonido un tomo azul de Tanguy et Laverdure titulado ‘L´école des aigles’. Al ir a cogerlo se me deslizó entre los dedos y cayó al suelo abriéndose por la mitad en un revuelo de viñetas entre las que destacaba un Mirage III envuelto en llamas. Cerré el libro maltrecho por el golpe y al ir a colocarlo en su sitio vi que los volúmenes de Astérix se habían desplomado hacia un lado. Al enderezarlos, me quedé mirando la portada de ‘El escudo Arverno’. Un campamento amurallado con empalizada de madera sobre los muros, al fondo una montaña rosa por el amanecer, a un lado dos vacas con ojos somnolientos y una larga fila de romanos abandonando el fortín con los cuerpos tiznados por completo con carbonilla. En primer plano, Astérix y Obélix se abrazan contra una piedra que tiene el nombre Gergovia tallado, y un asombrado perrillo Idéfix mira a sus queridos que lloran de risa y señalan a los derrotados.
Miguel salió del cuarto de confinamiento donde cumple su pena diaria de teletrabajo y telediversión. Miguel salió de su cuarto, digo, toda una noticia, el pijama arrugado, la bata abierta, la voz grave del adolescente que controla los gallos como mejor puede. «Papá, se ha muerto Uderzo»». «Sabes que él ya no hacía Astérix, ¿no?». «Ya, pero da pena». Entonces se me vino encima la grandeza de aquel francés que no pudo ser payaso pero que consiguió hacer reír a tanta gente, y me recordé corriendo a la biblioteca del pueblo para vivir las primeras olimpiadas galo-romanas, el combate de dos jefes, admirar la nariz de Cleopatra, y memorizar los latinajos que soltaba el pirata viejo cada vez que se hundía su barco en el mar; y me preguntaba a qué delicia se parecería el asado de jabalí regado con cerveza que todo un pueblo disfrutaba bajo noches estrelladas y hogueras crepitantes. Y también me vi corriendo al quiosco de la Luchi, en la plazuela, el domingo por la mañana, para comprar el Pulgarcito y buscar la doble página central en la que Tanguy y Laverdure libraban batallas aéreas próximas a la barrera del sonido.
Uderzo ya no dibujaba aviones ni menhires desde hacía tiempo, pero su obra está incrustada en mi ADN y está claro que funciona como amarre de generaciones. De regreso a la portada que he descrito, pienso que tal vez la marcha de los romanos ennegrecidos no sea una huida sino una despedida, y las lágrimas de Astérix y Obélix es posible que no sean de risa.