Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


El virus global

11/03/2020

El coronavirus se extiende imparable como una rara enfermedad incrustada en el propio ADN de un tiempo tendente a las mutaciones, los cambalaches y los roces inapropiados y de alto riesgo. No sabemos hasta dónde llegará ni cuál serán finalmente sus consecuencias. Nos movemos entre el optimismo de una gripe gamberra pero pasajera y el apocalipsis total de los supermercados vacíos. Algunos vaticinan ya que el virus se llevará por delante el capitalismo y otros  prefieren pronosticar un resfriado curable con un plan de choque apropiado, como el que anuncia Pedro Sánchez, al que se acusa de estar demasiado oculto tras las cortinas presidenciales y la  competencia probada ya de Fernando Simón, al mando del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. Este zaragozano, eficaz, trabajador y discreto, sin sombra de postureo postmoderno, es uno de esos servidores públicos, imprescindible en los momentos de crisis, que rebasa con su profesionalidad el circo político que se forma hasta en los momentos más inoportunos, y que algunos le ha costado el contagio. A Simón ya lo vimos cuando estuvo dando la cara también con el brote de ébola, en 2014, con Mariano Rajoy en la presidencia y Ana Mato dando bandazos hasta que llegó él. Fernando Simón, uno de esos trabajadores públicos, más allá de las dinámicas partidistas, que te reconcilia con el Estado como justa instancia protectora de los ciudadanos que le damos vida y alimentamos con nuestros impuestos.
El asunto se pone negro. Tendremos varias semanas de incertidumbre total.  El espíritu festivo y primaveral de España sufrirá uno de sus peores correctivos, y los veremos en las fallas o en las procesiones de la Semana Santa. Los colegios comienzan a cerrar, se recomienda a las personas de más edad y/o con patologías importantes que no salgan de sus domicilios, la actividad comercial flojea, las bolsas se desploman, y solamente hacen su agosto los jabones y los productos desinfectantes, además de las mascarillas.
El coronavirus ha llegado sin avisar y amenaza con hacernos un roto importante. Algún día sabremos cuál es su origen, y confiamos en tener pronto una vacuna. Su alcance metafórico es ,por el momento, de lo más ilustrativo, como la señal inequívoca de  unos tiempos confusos en los que la libertad proclamada a los cuatro vientos se nos va al final, necesariamente y por la cuenta que nos trae,  en miles de precauciones anticontagio y en desinfectarse las manos cincuenta veces al día. Es el coronavirus  el síntoma evidente y malicioso de un tiempo contradictorio con ribetes un tanto absurdos en su configuración más íntima.
Pero mientras pasa o no pasa, hasta los más estrictos partidarios de privatizarlo todo, cantan un magnifico “aleluya” por tener una sanidad pública que se hace cargo con rigor de solventar estas situaciones, sin mirar precios ni bolsillos. Todos mirando al personal sanitario como a los salvadores de la patria amenazada por el apocalipsis incierto. Sanidad publica que funciona particularmente en las comunidades autónomas, pero que nos sigue garantizando a todos por igual una atención envidiable gracias a unos profesionales de primera en todas y cada una de las autonomías. Nunca antes un virus tan global se había gestionado tan localmente. Es un fenómeno planetario pero nos pasamos  todo el día pendientes de lo que nos cuente el consejero autonómico de Sanidad. Presumamos, en cualquier caso, de nuestra gran sanidad pública que le está poniendo un punto de sosiego al virus más desconcertante de las últimas décadas.
En unas semanas estaremos en condiciones de calibrar el verdadero alcance del coronavirus y hasta donde ha resquebrajado nuestro sistema de vida. Veremos si las aguas benditas vuelven a las pilas de las iglesias o son desterradas para siempre por antihigiénicas, y si las procesiones de Semana Santa salen a pesar de todo, o son escasas, fantasmales y solitarias. Posiblemente las fallas no arderán, a pesar de su poder purificador, y los besos se reducirán al mínimo y, de ser, serán de lo más profilácticos, con abstinencia total de tornillos. El coronavirus, que finalmente será atajado por la ciencia, está haciendo de las suyas en nuestra disposición básica,  alegre y bullanguera. Algún día lo recordaremos como una gran tormenta que puso en jaque nuestros usos y costumbres cuando nadie se lo esperaba a pesar de que los tiempos fueran tan propicios para que algo así ocurriera.