Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Cuna de héroes

05/03/2021

No es justo pensar que el único responsable de la desorientación manifiesta de la Unión Europea es su clase política. Recuerda un poco al fatalismo que Hari Sheldon sostenía sobre Trántor en la novela Fundación de Isaac Asimov. Las instituciones pueden reformarse si uno tiene claro hacia donde deben ir. El objetivo inicial de este ambicioso proyecto político europeo era desterrar las guerras del continente y conseguir que los países aparcaran un nacionalismo bélico que destilaba un racismo nada sutil. Otros menos caritativos dirían que la idea central era maniatar a Alemania para que dejara de intentar germanizar a sus vecinos y que Francia aceptase el estatus quo.

Desde un punto de vista temporal podemos decir que las metas marcadas se han cumplido, pese a la amenaza real de la Unión Soviética. Tampoco debemos ignorar que la OTAN y en especial el ejército americano impedían que nos pudiéramos desviar mucho del objetivo inicial. La triste realidad es que el miedo al gigante soviético, totalmente justificado, era un magnifico elemento de cohesión política.

Desgraciadamente, la Unión Europea ha fomentado un discurso regionalista y provinciano que debilita a los estados miembros, lo cual impide que la institución madure. La economía, la política exterior y la defensa se desarrollan a través de estados, las únicas estructuras con la suficiente fuerza para influir en su ejercicio. Los propios países europeos se han quedado pequeños en un contexto mundial, pero es absurdo creer que su poder efectivo se ha borrado. Y, por otro lado, es infantil imaginar que se pueden separar países históricos, con el daño económico y emocional que eso supone, con el fin de buscar una unidad en un ente superior y cuya mayor debilidad estructural es la diversidad de intereses.

La Unión Europea no se tambalea por el fracaso de las vacunas. Falla cuando sus socios no respetan las extradiciones entre países miembros al no cumplir sus propias normas. Se diluye cuando utiliza el acervo comunitario para impulsar una homogeneidad normativa sobre países menos prósperos. Se hunde cuando observamos con estupor que hay excepciones para Alemania y Francia mientras que se aplica con severidad las reglas a los débiles. Pero lo peor, lo encontramos cuando una élite funcionarial decide qué es lo correcto para sus miembros. Europa necesita ciudadanos responsables y libres aunque ponga nerviosos a los políticos y a la élite funcionarial, cuya rigidez intelectual y falta de respeto a la historia les lleva a la dictadura burocrática.