Ha sido un fin de semana extraño. Esa sensación de fragilidad, incertidumbre, riesgo global, que caracteriza la era posmoderna, ha estado más presente que nunca. En nuestras casas, nuestras mentes y nuestros cuerpos. Una curiosa paradoja estamos viviendo. En momentos de aislamiento y desconexión física con el mundo exterior, es cuando más pensamos en el otro. Esos mensajes solidarios para cuidar de los demás, las llamadas y preocupación hacia familiares a los que antes no llamabas ni veías durante días. El sentirte parte de una comunidad y reclamar la asistencia y el cuidado del Estado y sus servidores públicos, cuando como sociedad hace décadas que les hemos dado la espalda. Esa sensación, como decía Santiago Alba Rico, «de que nos está pasando algo real y a todos juntos».
En estas circunstancias, como estamos viendo, sale lo peor y lo mejor de nosotros como especie, y también se están poniendo en evidencia lo mejor y lo peor de algunos de los modelos económicos y culturales que gobiernan el mundo. Una pandemia de esta envergadura es más rápida y virulenta gracias a la globalización neoliberal, pero cómo salgamos de esta, tiene mucho que ver con la gestión de la crisis por parte del Estado, con la responsabilidad y civismo de la ciudadanía, con el refuerzo de nuestros servicios públicos y con una atención lo más equitativa posible ante el sufrimiento, las necesidades y las pérdidas.
De momento, algunas claves geopolíticas nos dicen mucho. Las grandes potencias neoliberales, globalizadoras y ahora patrióticas, Estados Unidos y Reino Unido, con Trump y Johnson a la cabeza, cierran fronteras, priorizan la economía y abandonan a las personas a su suerte. «Admitid que vuestros familiares se mueren pero no vamos a parar la economía», ha dicho el presidente del Brexit.
El grito de SOS de Italia es atendido por China, que tiene controlada la situación y ha enviado a Europa toneladas de recursos sanitarios, mostrando al mundo su potencia científica, disciplinaria y social. Y Europa, la vieja Europa, se ha retratado como lo que es y ya sabíamos aunque no por ello, deje de resultarnos cruel y lamentable. La Unión Europea no es más que una corporación multinacional en un área de negocio, y además débil y subalterna en el escenario mundial. Raudos y veloces para salvar a la banca privada y poner las economías nacionales a su servicio pero incapaces de tomar acuerdos y recursos comunes para atender la emergencia sanitaria y social en la pandemia del coronavirus en Europa.