Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Borondo

14/06/2022

La palabra Borondo tiene muchas acepciones. Y todas dependen de quién la pronuncie, de dónde se pronuncie, de quién la escuche y dónde sea escuchada. Lo cierto, es que la sonoridad que encierra esta voz, invita a escribir sobre ella.
Borondo, en el bello hablar gitano, significa redondo. Si pronunciamos de seguido Borondo y redondo, la sonoridad acústica llega como un lejano pero potente eco, y nos obliga a coger aire para no perdernos en lo 'ondo' de la expresión.
Del calé, a Cali. Si pronunciamos Borondo en la ciudad colombiana, nos entenderán otra cosa. Ir, o salir de Borondo en aquella latitud, es dar una vuelta o paseo corto con los amigos. Sin más.
En La Mancha, Borondo tiene otro significado. Es un nombre mágico, como esta tierra. Borondo es una quimérica fusión de Macondo, la ciudad de los sueños, y de Bolaños, localidad manchega por los cuatros costados. Borondo son los muros que encierran el realismo mágico manchego. Una Venta edificada entre el sueño y la realidad. Espejismo de cal cervantino que agoniza en un encantamiento.
Decir Borondo en La Mancha es hablar de magia, de fábulas y teatralidad. De una Venta que estuvo condenada a sobrevivir en los escombros del imaginario quijotesco pero que, gracias al esfuerzo de un puñado de hidalgos, aún sigue en pie.
Borondo encierra mil sueños e historias, y esta columna es la más humilde de ellas. Hace años -a finales de los 90-, dos jóvenes periodistas de esta tierra decidieron una fría mañana de invierno dar con la Venta. En su mochila, una sencilla edición de El Quijote, un mapa de la comarca,  y un libro titulado 'La venta de Borondo', cuya lectura les había entusiasmado meses antes.
Recorrieron, perdidos, varios kilómetros de llanura en busca de Borondo, sin saber si, realmente, la Venta existía más allá de la imaginación de José Aranda, autor del libro y gran manchego.
Los periodistas exploraron los caminos próximos a Bolaños y a Daimiel. Querían saber si Don Quijote fue armado caballero en aquella Venta. Buscaban respirar ese aire cervantino y quijotesco que rezumaba el libro inspirador del viaje. Después de mucho patear, y dejarse los bajos de un viejo Peugeot 205 por los caminos, la Venta se les apareció imponente y fantasmagórica bajo un frío, pero claro, sol de enero.
Casi derruida, pero orgullosa, la Venta les esperaba. Borondo les emborrachó de imágenes cervantinas y de sueños quijotescos. Les dejó respirar su magia y les enseñó que, los sueños, nacen para ser perseguidos. Y para despertar, o no, en ellos.
Cuentan que los dos periodistas -después de armarse caballeros con los bolígrafos que portaban-, tornaron a sus casas satisfechos de la hazaña, y que la alegría les reventaba por las cinchas del coche. Que pusieron sus manos sobre El Quijote y el libro de Borondo, y prometieron sobre ellos  mantener viva, siempre, la imagen de aquella Venta en el mejor de sus sueños.
Como caballeros de la noble orden de la pluma y el tintero, se conjuraron para dar testimonio de lo acontecido y vivido esa mañana, y dejar rastro a las generaciones venideras de aquella gesta. Pero Frestón les fizo caer en uno de sus encantamientos, y sus voces y letras se perdieron ahogadas en el tiempo. Hasta aquesta columna.
Hogaño han vencido a Frestón. Borondo, también.
Vale.

ARCHIVADO EN: El Quijote, Magia, Daimiel