Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Detrás de las grandes palabras

30/06/2022

Terminé una reunión en Madrid la semana pasada antes de lo previsto. Como tenía tiempo, decidí comer en una terraza con unas fantásticas vistas al Jardín Botánico que hay de camino hacia la estación del tren. Comer sola tiene sus ventajas porque puedes, mientras te sirven, leer, hacer algún apunte antes de olvidarlo y observar lo que te rodea, que en nada se parece a husmear o fisgonear.
En la mesa de mi derecha, estaban sentadas dos personas de aspecto vanguardista sostenible que amablemente me preguntaron cosas sobre España. Pero, al parecer decidieron probar todo lo que había en la carta sin medir su capacidad de ingesta. Allí se quedó un risotto de setas sin tocar, una ración de jamón ibérico, todos los trozos de un solomillo menos uno y un enorme cuenco de frutas tropicales con helado derretido.
A mi izquierda, una ruidosa mesa de 'hombres de negocios' empeñados en que se enterase toda la calle de su conversación sobre las energías renovables y las tecnologías alternativas. Así como de que eran grandes conocedores de la calidad de los alimentos y de los vinos, justificando, al no estar nada a su entera satisfacción ni parecerse a lo que tomaban en sus viajes a lo largo del mundo, no terminar los platos ni las copas.
Un desperdicio tan absurdo como la ingente cantidad de botellas de agua de plástico que competían con el romero, el tomillo y el cantueso por alfombrar el suelo tras el paso de la procesión del Corpus en Toledo.
Me distrajo de mi contemplación un agradable y cordial camarero diciéndome: «O estaba francamente bueno o es que tenía mucha hambre», señalando mi plato en el que solo se veía el fondo. Pues sí, un rodaballo con verduritas de los más ricos que he probado, le respondí.  Estaba tan contento que trató de invitarme al postre, pero solo le acepté un café con hielo. Me recordó a mi abuela, estupenda cocinera y calculadora de raciones, que no escatimaba esfuerzos hasta conseguir que no quedará nada en las fuentes ni en los platos, porque la comida no se tira. Lo tengo grabado a fuego.
Entonces, porque me llamó la atención un impecable terno gris que emergía entre los arriates de la terraza, me di cuenta de que había una estación de alquiler de bicicletas eléctricas, a la que no se había acercado nadie en más de una hora y media.
Justo días antes, el Tribunal de Cuentas Europeo publicaba su informe especial: 'Gasto relacionado con el clima en el presupuesto de la UE durante el período 2014-2020: No fue tan elevado como se había comunicado'. A pesar de que la UE se comprometió a destinar como mínimo el 20% de su presupuesto a la acción por el clima y se notificó un gasto de 216.000 millones de euros, la fiscalización del Tribunal lo rebaja al 13% porque algunos proyectos y políticas financiados tienen escaso o nulo impacto en el clima. Hechos son amores y no buenas razones.