Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


El señor Eulogio, el Manco

26/01/2022

El señor Eulogio, el Manco, se quedó sin mano derecha y medio antebrazo pescando peces en el río. El cartucho de dinamita debía tener la mecha mal o el señor Eulogio, el Manco, se dio poca prisa en soltarlo por aquello de aparentar más sangre fría o más cojones que los demás mozos. El caso es que, después del zambombazo, el surtidor de agua resultante se trufó de pequeños trozos de carne, huesos, uñas y tendones y los cangrejos supervivientes en la poza tuvieron comida para una semana.
Jacinto, el Julepe, le hizo un torniquete por debajo del codo con el cinto, lo subieron al pueblo en volandas y don Dimas, el Practicante, a pelo, bueno a pelo no, cada uno previamente se tomó tres copas de aguardiente, le curó y cosió con buena mano el desaguisado. En todo el episodio, cuentan, el señor Eulogio, el Manco, no soltó de su boca un ay. Cuando la herida curtió, la señora María, su madre, le hizo una funda a medida con un cacho de pana negra, fijada con una cinta e imperdibles, que, renovada luego por su mujer con el mismo prototipo, mantuvo hasta el final de sus días. Nunca trajo el muñón al aire, ni en invierno ni en verano.
El señor Eulogio, el Manco, aprendió a hacer todo con la mano izquierda con mucha habilidad, a ver, no le quedaba otra, escribía, araba, segaba, cortaba leña, cazaba con la escopeta -porque abandonó la pesca-, liaba los cigarros… y como era hombre grande, robusto y más bruto que un arado, en el brazo izquierdo desarrolló una fuerza descomunal. Con ochenta y pico años llevaba el pendón de la procesión de la fiesta, que habitualmente trasladan dos de mala manera y no flojos, como si fuese una pluma.
Al señor Eulogio, el Manco, le quedó un resabio -un trauma diríamos ahora, por desgracia, vamos abandonando en la cuneta las palabras preciosas y precisas que tiene el castellano- y es que no podía soportar los cohetes, en cuanto barruntaba las descargas, aparejaba la borrica y se perdía en el monte, por la Raya de Portugal, hasta que pasaba la truena.
¡Ah!, se me olvidaba, la poza del río donde pasó el sucedido la conocemos desde entonces como la 'Poza del señor Eulogio', la toponimia se nutre de esas cosas y siempre tiene su por qué.

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