Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Olvidado rey Godo

22/05/2019

Han leído bien. Godo. No Gudú. Aunque siempre es interesante volver sobre la obra maestra de Ana María Matute, una de las grandes novelas del siglo XX. Pero no es el caso. Se trata de un rey godo, Wamba. Y no sólo de él, sino de otros dos reyes más que le acompañan. Reyes medievales castellanos de la casa de Borgoña. Alfonso VII, ‘el emperador’. Y Alfonso VIII, ‘el bueno’, quien reconquistó Cuenca. Seguro que han pasado muchas veces ante ellas, pues se encuentran en el Paseo de Merchán, en la Vega. Se trata de parte del lote que el cardenal Lorenzana trajo de Madrid, del Palacio Real nuevo, para decorar la ciudad de Toledo, dentro de su amplio mecenazgo ilustrado, renovador y embellecedor de la sede primacial. En otros puntos se pueden encontrar el resto, hasta seis, como Sisebuto en el paseo homónimo, Sisenando en el de Recaredo y Alfonso VI junto a la Puerta de Bisagra.

Tienen una curiosa historia. Cuando tras el incendio del alcázar de los Austria, Felipe V decidió construir un nuevo palacio, más acorde con los gustos imperantes, a la hora de abordar su decoración, ya bajo Fernando VI, se decidió colocar estatuas de todos los reyes españoles anteriores, desde Ataúlfo al propio soberano reinante, incluyendo a algunos emperadores precolombinos, como Moctezuma y Atahualpa.

Se encargó a fray Martín Sarmiento la lista de los mismos, así como sus atributos. La realización fue dirigida por los escultores de la Corte, Domenico Olivieri y Felipe de Castro. Esculpidos en piedra blanca de Colmenar, fueron colocados en la balaustrada que coronaba el palacio. Pero la llegada del rey Carlos III cambió su destino. Los gustos artísticos habían cambiado y se decidió quitar las estatuas, pues rompían la estética del edificio. La leyenda, que todo lo embellece, sin embargo, lo atribuye a un sueño que tuvo la reina Isabel de Farnesio, en el que veía cómo las estatuas de los reyes se caían, entendiendo que aludía a que sus hijos serían destronados, por lo que hizo que se bajaran. Otra versión dice que caían sobre ella y la aplastaban, de modo que persuadió a su hijo Carlos III para que un 8 de febrero de 1760 las retirara.

A partir de 1787 muchas de estas estatuas comenzaron a repartirse por varias ciudades españolas, mientras otras decoraron calles y plazas de Madrid. El secretario de la Real Academia de San Fernando, Antonio Ponz, promotor de la iniciativa, logró que el cardenal Lorenzana se hiciera eco de su propuesta.

Paseando por la Vega, he contemplado, melancólico, estas esculturas, y lamentado su pésimo estado de conservación. Partida la de Alfonso VIII por la mitad; casi irreconocible, fragmentada y con una inscripción ilegible la de Wamba.

Toledo es también ese patrimonio escultórico digno de mejor suerte. Nuestros olvidados reyes godos, aunque no lo sean todos, merecen (y aguardan) que, a quien corresponda, les haga un ‘lifting’ rejuvenecedor.