Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Otra Navidad enmascarada

22/12/2021

Con la Navidad vuelve este año la cogobernanza y la pandemia en modo sexta ola. El Covid19, protagonista absoluto de nuestra vida desde aquel marzo de 2020, viene ahora bajo el incierto título de Ómicron, una mutación que se expande con una rapidez inusitada aunque se confía en que sea poco letal y que, por aquello de buscarle el lado positivo, proporcione una inmunidad casi total y definitiva a su paso por un cuerpo ya vacunado, la ansiada inmunidad de rebaño que no termina de llegar. De momento son todo hipótesis. Lo único cierto es que, contra los pronósticos más optimistas que aventuraban para este año una Navidad explosiva y plena en celebraciones al hilo de una libertad recobrada al cien por cien tras tanto padecimiento, nos encontramos de nuevo ante la evidencia de que la desventura aún no ha pasado y que además vuelve a la carga, una y otra vez, con una insistencia que nos desasosiega y nos entristece. De nuevo, otras navidades enmascaradas en la que haremos de la necesidad virtud. Casi podríamos decir que la mascarilla ha tomado el relevo a la pandereta.
Sabemos que la vacuna es un freno eficaz, que la incidencia del virus en la nueva mutación crece por días pero que los niveles de ocupación hospitalaria son asumibles debido a la menor gravedad del impacto. Ese es el dato positivo. Lo negativo es que si la incidencia sigue aumentando, y en algunas zonas triplica a la que  había el año pasado por estas fechas, la presión hospitalaria volverá a ser agobiante y a poner a nuestro sistema sanitario contra las cuerdas. Es lo que hay, mientras la cogobernanza autonómica establece el marco en el que debemos movernos en estas fiestas. La cogobernanza vuelve el mismo día que la emblemática lotería de Navidad sin que llegue aún ese Gordo definitivo y anhelado, con premio repartido en todos los habitantes de este país nuestro cogobernado, ese Gordo que sería el fin definitivo de esta pandemia que marcará sin ninguna duda un antes y un después en la vida de todos.
Mientras tanto, ya digo, volvemos este año a convertir las limitaciones en una excusa para reinventar de alguna manera las fiestas más entrañables y nos afanamos, por ejemplo, en el iluminado. Las casas particulares engalanan sus fachadas como nunca, los pequeños ayuntamientos organizan concursos a la fachada mejor iluminada e invierten algo de los dineros que no se han gastado en festejos desde 2020 en instalar un iluminado público vistoso y alegre. Se hace por esa necesidad imperiosa, especialmente del español, de exteriorizar la fiesta. Hay ideas brillantes y cargadas de buen tino e intención como la del ayuntamiento de Valdepeñas que ha puestos luminosos por sus calles felicitando en todas las lenguas de España. El iluminado es un gran reclamo y en pandemia una forma de recordarnos que la vida debe seguir con sus liturgias y sus traqueteos habituales, a pesar de los pesares y las desgracias sobrevenidas, a pesar incluso del precio desorbitado de la luz.
Luego, como en el fondo del tapiz, está el misterio de aquello que se relata y se celebra, el misterio que envuelve la certeza de que hace más de dos mil años un hombre, al que los cristianos consideran Dios mismo encarnado, cambió el curso de la humanidad con un mensaje de amor, paz y justicia, un camino para que la humanidad se acercara a su plenitud, la indicación  de un sendero hacia la virtud, a veces muy tortuoso, en el que aún seguimos, con idas y venidas, con avances y retrocesos. Realmente lo de menos es la fecha y el lugar exacto de su nacimiento, lo importante es que ese misterio evoca un bello relato, que situamos en Belén, en el  que se nos cuenta que en algún lugar y en algún momento de nuestra historia la belleza fue y es posible, y sí, en la pobreza de un pesebre y en el frío del invierno, en las circunstancias más inverosímiles.
Finalmente el mensaje es una aspiración a la unidad del género humano por encima de razas, credos, nacionalidades. Por eso tiene todo el sentido en este momento de la historia, en el que una terrible pandemia ha unificado a todo el mundo en la desgracia, buscar los modos de unirnos comenzando por nuestro propio país, tan dado a crear barreras regionales en lugar de aprovechar en común nuestra gran riqueza. Y por eso tiene tanto sentido el detalle de que en un pueblo de Castilla- La Mancha se felicite la Navidad de todos los modos en los que en la común España se puede hacer: Bon Nadal, Zorionak, Boas Festas, Feliz Navidad. Porque finalmente la Navidad es tiempo de gestos, y de buenos detalles.