Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


Combatir la tristeza, pero también la confianza

02/02/2021

Camino de un año desde que tomamos conciencia de la pandemia, el incremento de casos y de muertes, similar al de la primera fase de la pasada primavera, se comienza a vivir por la ciudadanía algo peor que la oleada inicial, por tres motivos: el primero, anunciado, es el efecto recaída, que transmite una sensación de frustración por la falta de avances, es más, por la perseverancia del empeoramiento. Podía pasar sin confinamiento en diciembre, y lo sabíamos. Así, unos están enfadados consigo mismos y otros culpan a la vecina. El segundo motivo, es que ya son visibles a todos los niveles las consecuencias económicas, también previstas, pero tampoco creídas por muchas personas que tienen la mala costumbre de esperar que el sistema público les protegerá siempre y sin excepción, bastando con que estén pasivos y le crean. El tercer y último motivo es el miedo a las nuevas cepas: como siempre, una vez más, las mentiras (no es posible tanto desconocimiento) que salen de la boca de Fernando Simón y del Gobierno, rebajaron la guardia sobre la incidencia de la variante inglesa, y ahora ya los parroquianos sólo pensamos en qué nueva maldad llegará desde donde sea, conjurándose contra nuestro futuro de salud y nuestra economía maltrecha.
La consecuencia de todo este panorama es la tristeza. Por mucho que esto no sea comparable a la cruda realidad de la guerra, los mecanismos psicológicos para afrontar, padecer y superar (o no) la tragedia, son similares. Como sucede en todo conflicto armado o incluso entre personas, hay un primer momento de envalentonamiento y moral alta, que se supera bien usando la perspectiva de mirar los cambios que se originarán, como un enriquecimiento personal y una forma de mejora.
Que tales propósitos se concreten depende, no se nos olvide, de que se gane ‘la guerra’, o al menos de que se acabe. También es habitual, cuando se ve el fin, un incremento de la ansiedad para superar el último tramo, y es entonces cuando se baja la guardia y se producen más víctimas, que es lo que está pasando ahora (y en la guerra, recordemos ‘la gaviota’ de Silvio, cuando matan al soldado que regresaba intacto).
Mi abuelo sostenía que el último coletazo de la fiera es el peor, a propósito de la relajación que se produjo en él y en otros malos españoles, cuando avanzada aquella guerra convencional (tan resucitada por algunos, que me contagian) pensaron que los buenos no iban a repetir las matanzas, completamente justificadas por supuesto, del verano de 1936, y se iban a retirar pacíficamente hacia Alicante. Sin embargo, los últimos días de legalidad y democracia resultaron tan prolíficos en cuanto a las persecuciones como la impiedad alevosa de los vencedores. Defendamos la alegría que nace de la resiliencia y la esperanza, pero no caigamos en el descuido ni en la ilusión, que falta mucho por caminar.