Miguel Ángel Dionisio

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Miguel Ángel Dionisio


Las aventuras de don Casimiro García (I)

04/09/2019

La convulsa España de principios del siglo XIX fue propicia para la aparición de personajes cuya vida parece entrar en los confines de la novela. Este fue el caso de don Casimiro García, clérigo liberal en cuya azarosa existencia vemos reflejados los vaivenes de la política española en la transición del Antiguo Régimen al nuevo Estado liberal. Conocemos las peripecias de don Casimiro gracias a la solicitud que realizó en 1842 para la obtención de un curato en la Corte, conservada en el Archivo Diocesano de Toledo, titulada ‘Relación de los estudios, grados, méritos y servicios del presbítero Don Casimiro García, Cura propio de la parroquial de la villa de Somosierra, Arzobispado de Toledo’.
El 14 de febrero de 1842, Casimiro García, cura de Somosierra, aunque, según señalaba, imposibilitado para ejercer el ministerio parroquial allí, encontrándose en Madrid desde el 22 de enero del mismo año, con permiso de la autoridad diocesana de Toledo, de la que dependía entonces Madrid, solicitaba un curato en la nueva provisión que se iba a hacer de los mismos en la capital. La exposición de los méritos que alegaba le permitió narrar su agitada vida.
Casimiro García nació en Brihuega, entonces arzobispado de Toledo, a finales del siglo XVIII. Tras aprender las primeras letras y la gramática latina, marchó a realizar los estudios de Filosofía y Teología en las Universidades de Alcalá y Toledo. En octubre de 1799 recibió el grado de bachiller en Filosofía y en mayo de 1804 en Teología en la Universidad de Alcalá, aprobando nemine discrepante. En 1807 hizo oposición en el concurso de curatos del arzobispado de Toledo y en 1810 le encontramos como cura propio de Somosierra.
En mayo de 1808 predicó en su pueblo natal, Brihuega, en la función celebrada por el ayuntamiento de dicha villa con motivo de la proclamación de Fernando VII, exhortando en el sermón al pueblo contra las tropas de Napoleón, lo que hizo que quedara políticamente comprometido. Pero don Casimiro no se limitó a las arengas verbales, sino que colaboró activamente contra el invasor. Así le vemos acompañando al contador de la Real Fábrica de Paños de Brihuega, Francisco Javier del Castillo, a Sevilla, para poner a salvo trescientas sesenta y tres piezas de paño fino, que corrían peligro de caer en mano de los franceses; el sacerdote se había presentado «gustoso y contribuyó eficazmente…hasta entregarlas en persona» a la Junta Central. Por esta actuación fue recomendado al ministerio de Gracia y Justicia para que se le atendiese en la provisión de cargos eclesiásticos.
De regreso a Brihuega, al ser invadida la villa por una división francesa el 21 de mayo de 1810, tuvo que huir, debido a su compromiso político. Alcanzado en su fuga cerca del pueblo por una avanzada de caballería, le acuchillaron y le dejaron por muerto.
Pero, genio y figura, no acabó en la sepultura.