José María San Román Cutanda

A Vuelapluma

José María San Román Cutanda


Los que destruyen

18/07/2022

Empiezo a estar un poco harto de los que se dedican únicamente a destruir en lugar de crear. Por más vueltas que le doy, sigo sin comprender cuál es el morbo que tiene inyectar. Y, aunque no llego a ninguna conclusión racional favorable a esta tendencia, noto que desgraciadamente existen muchas y muy variadas formas de hacer añicos el trabajo y el esfuerzo ajenos. Este principio también es aplicable a sentimientos, a ideas, a actitudes y a perspectivas a futuro. 
Los rasgos generales de las personas que protagonizan este afán demoledor son muy variados, en función del sujeto protagonista y del contexto en que campan a sus anchas. Son personas que presumen de ser íntegras, cuando en realidad son integristas. Tienen un sentimiento de propiedad que confunden y exaltan hasta la neurosis frente al sentimiento de pertenencia, que no hace sino demostrar que cuanto más figuran, menos aportan. Y, sobre todo, son expertos en esquilmar todo lo que se les pone entre las manos. Son capaces de arruinar cualquier acontecimiento, cualquier entidad y cualquier proyecto interesante. Todo ello forma parte de los contenidos de su 'cátedra de la mediocridad'. Entre los muchos tipos de destructores que hay, últimamente me he encontrado con tres tipologías concretas que paso a describirles. 
La destrucción irracional tiene muchas manifestaciones, y es muy típica de esas personas tóxicas tan fácilmente reconocibles. Personas que, lejos de mover un dedo en los lugares en los que están o las instituciones a las que pertenecen, tienen la queja infundada como norma. Se les llena la boca de réplicas, reprimendas y moralinas, pero sus manos siguen intactas, sin ni un solo callo provocado por el trabajo. Y claro, cuando les encomiendas un trabajo…desaparecen sin dejar rastro. Y si el trabajo, además, sale bien, se agitan como bogavantes en una olla. Suelen ser aparentemente amigos de lo políticamente correcto, aunque esa capacidad solo es accesible a los más inteligentes dentro de su gremio. Los demás son, simplemente, tercerones de la mala educación y la querulancia. 
Otro tipo de destructor es el que fagocita aquello que toca. Este tipo de perfil se nota en personas que tienen relación directa con alguna entidad corporativa. Hablo del clásico presidente frustrado de su comunidad de vecinos, que necesita ser presidente de algo para que le hagan caso. Son muy combativos con quienes tratan de pararles los pies (normalmente, con razón), y muy correctos con quienes saben que les pueden dar algún beneficio. Especialmente, destacan por su particular obsesión por sobar el lomo a las autoridades más cercanas. Son ese tipo de personas a los que en Bargas llaman 'meaqueditos'. Los más aviesos de entre estos personajes tienen la fea costumbre de utilizar instituciones con fines benéficos o religiosos para encontrar ese escaño que, según ellos, les corresponde. Y las fagocitan hasta convertirlas en cortijos a su medida, tan mediocres como ellos. Algunos, incluso, dándoselas de adalides de la cultura y de la razón. 
Y la tercera clase de estos personajes es, quizá, la más vergonzante. Me refiero a los que atacan mediante pseudónimo en las redes sociales, a ese tipo de personas que escriben en Internet lo que antes se escribía en los azulejos de los urinarios públicos. Tienen la fea costumbre de especular, de insultar e, incluso, de imputar delitos usando el velo del anonimato digital. Y, sin embargo, cuando sus víctimas aportan algo al común, es como si nunca hubiera existido tal cosa. Lo dicho: integrismo frente a integridad, Hace algunos días, recordaba una oración que se reza en el Rito Hispano-Mozárabe. Una oración inscrita en la liturgia bautismal de la Vigilia Pascual que, lejos de parecer arcaica, resulta absolutamente aplicable a esta situación: «Dales, Señor, Sabiduría con la que pisoteen la necedad embrutecedora». Lo mismo les deseo yo a ustedes, queridos lectores: que procuren para su vida esa sabiduría que extinga la necedad embrutecedora. Y quien no aporte, que se aparte.