Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


Sobre la buena muerte

29/12/2020

Hay partidos políticos que imponen normas de grupo que solamente debían pertenecer a las conciencias particulares de sus afiliados o que niegan o imponen derechos civiles que son opcionales por naturaleza. La historia contiene numerosas imposiciones de gobierno por credos religiosos, que hoy se han extendido a ideológicos donde se mezclan argumentos físicos y morales, como sucede con el aborto, la propiedad, el divorcio, la inmigración y la eutanasia.
Aprovechando el estado de alarma, el Gobierno está sacando sus propuestas más conflictivas y el Congreso ha dado el primer paso para legalizar la eutanasia que es el ejercicio de la muerte ‘tempestiva’ (al decir clásico), una muerte ‘bajo demanda’, que es una variante del suicidio. Pero el suicidio estricto es buscar la muerte por ella misma, elegir la aniquilación como fin, mientras que la eutanasia es una respuesta final y decepcionada del amante de la vida ante un amor no correspondido por ella. Lo ‘humano’ es ser libre y la consecuencia primera es poder ‘elegir’. Elegir el curso de su vida y ¿por qué no? el de su muerte.
Hay una eutanasia pasiva (dejar morir) mediante el cese de los tratamientos, medicinas y otros medios forzados de mantenimiento, que algunos rechazan como una agonía indigna, y otra activa (matar) por una acción positiva ejecutada por los facultativos. Bien entendido, en descargo de ellos, que quien realmente mata no es el médico sino la enfermedad.
La eutanasia me parece admisible porque creo en la muerte voluntaria, cuando se sufre el impasse de una vida acabada sin que la muerte haya llegado. Y admito su licitud porque, si es legal el homicidio en defensa propia, también ha de admitirse esta figura en el suicidio. En cuanto a las razones que llevan a ello, creo que la muerte voluntaria se justifica tanto porque la vida se haya vuelto físicamente insufrible como moralmente intolerable. Es decir: tanto por una enfermedad insoportable, como por un ánimo desesperado. Pero, por respeto, no voy a hacer preguntas ni reproches al que muere por voluntad propia, porque no estoy en sus zapatos.
La variante clínica de la muerte voluntaria por mano interpuesta, que se llama eutanasia, debe tener una estricta regulación, no sea que alguno pretenda eutanasiar a su suegra con la suposición de que «la pobre está sufriendo mucho». Esta regulación tiene un primer paso que es  dar una información clara y obtener una voluntad expresa y reiterada en un testamento vital de quien desea concluir así su vida, pero sin olvidar la realidad de que cuando la muerte se hace inminente la persona será anciana, deprimida, enferma, dependiente e influenciable, con lo que el derecho a decidir sobre la muerte de una persona estará en manos de otras.
La ley propone una práctica racional de la eutanasia, lejos de la política por la que el régimen nazi decidía el derecho a vivir del ciudadano si su permanencia era una carga para el estado. Nuestros ancianos son un pasivo agrupado en residencias donde el virus se ha ensañado por nuestro descuido. El deber pendiente que tenemos con ellos es proporcionarles una vida buena, antes que una muerte digna.