Aurelio de León

Greguerías

Aurelio de León


Adiós a un amigo comunista

16/06/2019

Cada vez estoy más convencido de que a veces muchos de los que no pisan la Iglesia adelantan a los que más la frecuentamos en la vivencia del mensaje de Jesucristo. Se vuelve a hacer realidad la afirmación de Jesús en el Evangelio de que las prostitutas y los publicanos nos precederán en el Reino de los cielos. Hay muchas personas que confiesan no creer en Dios (habrá que ver qué Dios les hemos presentado los cristianos) y, sin embargo, creen en la fraternidad universal y trabajan para que está fraternidad se haga realidad en la sociedad. Cuando estas personas se desviven por ayudar a los demás, cuando colaboran para que desaparezcan las desigualdades o luchan por un reparto equitativo de los bienes de la tierra están haciendo realidad aquellas palabras de Jesús en el  Evangelio de san Mateo: el que da de comer a uno que tiene hambre me da de comer a mí, el que da de beber a uno que tiene sed me da de beber a mí, el que hospeda y atiende al peregrino es a mí a quien hospeda y atiende. Muchas personas, sin saberlo, están viviendo el espíritu de las bienaventuranzas, pues en la sencillez de su vida hacen realidad los valores del Reino que en ellas se proclaman: la paz, la justicia, la solidaridad, el servicio al prójimo, el amor. Cuando estas personas denuncian la corrupción y el consumismo que nos invade y esclaviza están actuando de acuerdo con el pensamiento de Jesús, que nos habla del sinsentido de la acumulación de las riquezas.
Estas personas, sin ellas saberlo, hacen visible en sus vidas el mensaje liberador de Jesús, en cuyo centro coloca al ser humano, por encima, incluso, de las mismas leyes religiosas. En estas personas veo yo a aquellos que el teólogo José María González Ruiz llamaba ‘cristianos implícitos’. Y entre estos cristianos implícitos he tenido siempre a mi amigo Raimundo Bautista, un histórico del Partido Comunista en Talavera. Nuestras conversaciones, agradables y sencillas, como corresponde a dos personas que se aprecian, entienden y coinciden en temas fundamentales, nunca fueron sobre temas religiosos ni sobre asuntos polémicos en los que pudiéramos discrepar, sino casi siempre sobre motivos de naturaleza humanitaria y ética: sobre el compromiso social, sobre el modo de luchar por un mundo más igualitario y fraterno, sobre el reparto justo de las riquezas, sobre la implantación de la justicia en la sociedad.
A Raimundo Bautista lo consideré siempre un amigo; me consta que yo también lo era para él. Nuestras evidentes diferencias en el campo religioso no fueron nunca un obstáculo para esta amistad. Él solía decir con gracia que, siendo ateo, tenía un amigo cura. Yo, por mi parte, tengo que manifestar con orgullo que, siendo creyente, tenía un buen amigo ateo. Descansa en paz, amigo Bautista.