Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Los que no piensan

10/11/2022

Mis continuas especulaciones me han llevado a una dramática conclusión: estamos rodeados de gente que no piensa. No son de un signo ni de otro. Ni de centro ni de extremos. No adoran a un líder ni lo odian. Son seres insustanciales que viven cómodos dentro del estatus que ocupan en la sociedad y siempre están con la mayoría. ¿Qué es de izquierdas? Bien. ¿Que toca que gobierne la derecha? También. Esta gente puede parecer anodina. Y muchos lo son, no nos engañemos. Otros, simplemente, quieren pasar por la vida sin grandes sobresaltos y qué mejor manera que recurrir a un actitud estoica para mantenerse a salvo de los vaivenes de la existencia. Aunque ello suponga permanecer al margen de decisiones que pueden influir en el futuro de su tierra, de su ciudad, de sus descendientes. Son felices así y punto.   
En Toledo, sin ir más lejos, todos conocemos gente a la que le da igual que se talen árboles, que se construya un cuartel en la Peraleda o que se gaste un dineral en las riberas del Tajo, mientras el río está hecho una cloaca. Son esos que repiten «¿para qué me voy a quejar, si eso no va a cambiar nada?» Esa es su filosofía también cuando se enteran de que determinado mandatario utiliza, además de su institución, una empresa concesionaria o un negocio privado para, mediante sus influencias, colocar a sus simpatizantes y generar un clientelismo que le garantizará la permanencia en un poder que, por su gestión, no merece. «Así ha sido toda la vida». Es su mantra. Ellos, los que no piensan, ese nutrido grupo de insulsos, dan todo por hecho y, como no pretenden hurgar en las entrañas de asuntos que, consideran, no les competen, siguen el juego a la mayoría. «Más vale lo malo conocido», dicen. Lo de la empatía les suena a chino y, es más, si tú muestras rebeldía ante un hecho que crees injusto, te echarán en cara que gastes energías en cuestiones que, a su juicio, no tienen vuelta de hoja. Vamos, que si fuera por estas personas, la humanidad no hubiera evolucionado, porque no moverían un solo dedo para salir de esa abulia que les mantiene inmersos en su cómoda ignorancia.  Y tontos no son.
Junto a estos que no piensan, una preocupante mayoría, están otros que tampoco se decantan por ninguna opción, pero que, gracias a sus portentosas habilidades, consiguen arrimarse al sol que más calienta. Y, sin parecer unos oportunistas, gozar de los privilegios reservados a las élites que viven a la sombra de los poderosos.  Estos son listos, no seré yo quien lo niegue,  pero créanme: son más peligrosos de lo que parecen, porque tienen un talento inigualable y poco reconocido para apartar a quien se cruce en su camino. No siguen ninguna consigna política ni a ningún líder: van a lo suyo. Y contribuyen a oxidar un sistema gastado, podrido y enfermo.
Una, que ya peina canas y ha recibido más palos que una estera, observa con preocupación cómo esta gente puede ser determinante en el futuro de nuestra sociedad y, cómo no, en el Toledo de las próximas décadas. Así pues, conviene mover conciencias, animar a la participación y contribuir a la formación de las mentes. Y es que, como dijo Hipatia de Alejandría, «incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar». Aunque pierdas unas briznas de supuesta felicidad, añado.