Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Vueltas a la farola

27/05/2021

Hace ya años que un sabio hombre de campo me contaba historias sobre un personaje que vivía por aquellos lares y que siempre decía que estaba cansado de hacer cosas, aunque nadie conocía del fruto de tanto esfuerzo y si este era físico o intelectual. Yo creo que se pasa el día dando vueltas a algún árbol hasta que se agota, me explicaba.
Le recuerdo a menudo y más el día que topas con la muralla de la burocracia que, mal que nos pese, no es privativa de la administración. De hecho, estoy a punto de resolver, a fuerza de acumular datos que nutren las variables de mis hipótesis, si es estadísticamente significativa la diferencia, entre que me contesten para decirme que me llaman en cuanto terminen la reunión y que me respondan diciendo que tienen que consultar con el equipo, para conseguir el proyecto de una pequeña obra.
Max Weber ideó conceptualmente la burocracia como un sistema racional para generar eficiencia y eficacia a una organización jerarquizada. Algo estructurado y poco flexible para ser más útil a sus fines. Aunque con el devenir de los tiempos, ha pasado a ser un concepto poco lustroso asociado a un sistema de toma de decisiones que desaprovecha mucha energía, en lugar de concatenar los impulsos y transmitir la fuerza hacia la acción. Algo así como lo hace la cadena de la bicicleta que te cansas pedaleando, pero avanzas según el brío que le pongas.
No es una novedad porque siempre han existido, pero a mí me da la impresión de que han proliferado las mesas de dialogo, los grupos de trabajo- de estos tengo registrados al menos los técnicos, los de coordinación, los de alto nivel y los políticos-, las comisiones -internas, externas, locales, regionales, interregionales, interministeriales-, los comités de seguimiento, las conferencias ordinarias y extraordinarias y las reuniones de andar por casa con el asunto de los fondos europeos de recuperación y resiliencia.
Es verdad que ofrecen múltiples aportes y puntos de vistas con los que encontrar soluciones y poder discutir la oportunidad o conveniencia de ponerlas en práctica. Eso necesariamente requiere tiempo para que haya intercambio de opiniones y conocimiento, lo que puede ser eterno si la mayoría son de la escuela cubana y no de la francesa y, por supuesto, organización y objetivos definidos para que la existencia del grupo o la comisión no sea más importante que su propósito.
Leía hace unos días un artículo que hablaba sobre la ley que explica por qué hay empleados cuya única función parece ser convocar reuniones inútiles. Se refería a la frase de un ensayo humorístico de Northcote Parkinson: «El trabajo se expande para llenar el tiempo disponible para su finalización» a semejanza de la Ley de Boyle por la que en ausencia de limitaciones los gases se propagan hasta ocupar todo el espacio disponible. De aquí, deducía que el 80% del tiempo del 80% de la gente en las reuniones se desperdicia. Desconozco la metodología para llegar a esa conclusión, pero suena creíble.