Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Baroja y Toledo

21/08/2019

El verano, aunque sea un tópico, es estación que nos ofrece la oportunidad de dedicar, con sosiego y tranquilidad, más tiempo a la lectura. Las largas horas en casa, a resguardo del calor, o el descanso junto al mar o en la montaña, permiten enfrascarnos en los libros y saborearlos con calma. A veces tenemos la sorpresa de descubrir un nuevo autor que desconocíamos, otras podemos volver a los clásicos de la literatura, siempre dispuestos a ofrecernos momentos de deleite.
Estas calurosas jornadas toledanas me han llevado a releer a uno de nuestros mejores escritores, Pío Baroja. Sus obras, a pesar de la mala experiencia que supuso en mi adolescencia la lectura de ‘El árbol de la ciencia’, con su terrible  angustia existencial, me parecen profundamente iluminadoras acerca de la condición humana, siempre desde la personal clave del autor, además de sumamente interesantes, como historiador, por las minuciosas descripciones que hace no sólo de paisajes y entramados urbanos, sino de la vida que bullía o languidecía en la España de la Restauración..
Estas descripciones son las que me ha ofrecido la lectura de Camino de perfección, novela en la que el escritor, tomando prestado el título a una de las principales obras místicas de Santa Teresa, recorre la evolución interior del protagonista, Fernando Ossorio. En su peregrinar éste se detiene en Toledo, buscando el misticismo que se asociaba a nuestra ciudad. Y aquí nos encontramos, como en otras obras de Baroja en las que aparece Toledo, con unas descripciones de la misma que me parecen geniales.
Como otros autores de la denominada Generación del 98, Baroja sintió una atracción intensa por la Ciudad Imperial, en la que veían el viejo espíritu místico de Castilla, pronto asociado a la figura del Greco, a la vez que lamentaban la decadencia física y moral de la antigua urbe castellana. Se sumaban a una larga lista de escritores como Edmundo de Amicis, Mauricio Barrès o Blasco Ibáñez que a lo largo del XIX y principios del XX visitaron la ciudad y reflejaron su decadente situación. Blasco, en La Catedral captó profundamente la influencia que la Iglesia y el Ejército tenían en la vida cotidiana, al igual que Galdós, quien en Ángel Guerra plasmó de modo extraordinario la realidad toledana.
Pero es don Pío el que estos días me ha hecho evocar e imaginar aquel Toledo de principios de siglo, con su triste vida provinciana, su decadente situación económica, su maravilloso patrimonio artístico como única y codiciada prenda de valor. Una descripción aderezada con el anticlericalismo barojiano, que no cesaba de lanzar sus críticas contra la vida y costumbres del clero toledano, de modo particular el cabildo, aunque mostrando cierta simpatía por el ilustrado arzobispo, a la sazón el cardenal Sancha. Baroja ofrece una visión crítica de la realidad toledana del momento, aderezada en ocasiones de gran lirismo, realmente interesante.
Leer o releer a Baroja siempre vale la pena.