Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Causa y precio

29/12/2020

Ronnie Coleman fue el ganador de Míster Olimpia ocho veces consecutivas. Primero fue un universitario brillante que jugaba al fútbol americano y vendía pizzas. Luego ingresó en la academia de policía. Su graduación coincidió con su primer contacto con el mundo del culturismo en un gimnasio que más bien parecía una mazmorra. La clase de jaula que estaba buscando para dejar suelto al animal que todos llevamos dentro. Hierros oxidados, suelo sin alfombras, polvo asentado, luz mortecina, aire viciado. Allí empezó a labrar un cuerpo inhumano, a inflar los músculos con pesos peligrosos y extrema voluntad. Al cabo de unos años tenía un aspecto irreal que a la mitad de la población le parecía hermoso y a la otra mitad una aberración. Ingirió toneladas de suplementos y pechugas de pollo, levantó el peso de un rascacielos a base de repeticiones. En una entrevista dijo que los dos pilares sobre los que había edificado su existencia (el culturismo y la policía) le sostenían porque los adoraba por igual. Disfrutaba de lo que hacía, de la disciplina y la dieta. Y la vida le recompensó con éxitos. Los mayores a los que un culturista puede aspirar.
Fue una estrella de su deporte, portada de revistas, admirado por todos los aficionados y profesionales del mundo. Dicen que revolucionó su disciplina. Y luego comenzó el declive. El mismo año que perdió la final del que hubiera sido su noveno Olimpia se operó la espalda por primera vez. Creo que va por la séptima operación, le han metido y sacado clavos, le han fusionado tres vértebras del cuello, le han sustituido las dos caderas. Con cincuenta y seis años mantiene un ligero recuerdo físico de lo que fue, pero no puede caminar sin muletas, doblado como un anciano. Cualquiera que vea su evolución en fotos se horrorizará con la factura que le ha endosado su pasión. Cualquiera menos quienes hayan tenido una relación estrecha con él. Coleman es un empresario de éxito que vende productos alimenticios para deportistas, tiene el humor apacible de un beato, dos niñas pequeñas que le someten a un dulce martirio, y cada mañana se levanta cuando aún no ha amanecido, se aferra a la barandilla para bajar las escaleras de su casa, se sube con gruñidos de dolor al coche y conduce hasta el gimnasio infecto en el que sigue entrenándose.
Su médico dice que el trabajo con pesas no es lo más adecuado para su espalda, pero añade que nunca le prohibiría hacerlo porque para su bienestar general, para el resto de lo que es, resulta tan imprescindible como el aire que respira. Ronnie ha descifrado el misterio de la vida: encontrar tu causa y entregarte a ella sin preocuparte por el precio a pagar. Suena tan fácil.