Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Guadalupe

05/02/2020

Pocos lugares hay en España tan bellos. La Puebla, arracimada en torno, protege las filigranas mudéjares y los esplendores góticos de uno de los monasterios que más importancia han tenido en la historia, primero de Castilla, y luego de España. Una belleza que sirve de sede a la venerada imagen de la Regina Hispaniarum, tal y como fue coronada por el cardenal Segura, arzobispo de Toledo, y el rey Alfonso XIII, un 12 de octubre de 1928.
Guadalupe es un ámbito único de arte, cultura, historia, devoción y fe. Un lugar profundamente vinculado, desde sus orígenes, a nuestra ciudad de Toledo, como sede en la que reside el primado de España, a cuya silla arzobispal pertenece. Por ello, cuando, una vez más, se agitan, en nombre de un “regionalismo” eclesiástico  que poco tiene que ver con los aires universales del catolicismo, vientos que reclaman su incorporación a la jurisdicción eclesiástica extremeña, conviene evocar estos lazos, pues si de Historia se trata, ésta es clara al respecto.
Ya a principios del siglo XIV, cuando la pequeña iglesia original, en estado ruinoso, fue mandada restaurar, mientras la otorgaba varios beneficios, por el rey Alfonso XI, ésta se incorporó, transformada en un templo de estilo mudéjar toledano, al curato de Alía, en el arzobispado de Toledo. Tras la batalla del Salado, en 1340, y en cumplimiento del voto del rey, el santuario comenzó a crecer en importancia, siendo, entre otras cosas, emancipado, a nivel de jurisdicción civil, de Talavera, de quien dependía, pasando al priorato secular erigido por el rey, priorato que poco después se convertiría en regular, al llegar en 1389 los monjes jerónimos. El aumento de la devoción a la Virgen llevó, en 1383, al arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, a construir un puente sobre el Tajo, que daría lugar a Puente del Arzobispo.
Tras la desamortización de Mendizábal y la supresión de los jerónimos, Guadalupe, convertida en parroquia secular de la diócesis toledana, pudo salvar parte de su patrimonio, mientras las dependencias monacales eran vendidas o arruinadas, gracias al esfuerzo de los párrocos por conservar tanto el templo como sus anejos necesarios para el servicio parroquial, lo que permitió que se mantuvieran in situ, entre otras cosas, la maravillosa colección de zurbaranes de la sacristía. El deseo de revitalizar el santuario, unido a la corriente que desde fines del XIX hizo crecer el interés por el monumento y al aumento de la devoción, llevó a que en tiempos del beato cardenal Sancha, en 1908, se encargara del mismo la orden franciscana. Dicho proceso culminó con la coronación canónica promovida por el cardenal Segura. Los posteriores prelados toledanos, especialmente don Marcelo, que acompañó al papa Juan Pablo II en su visita, han proseguido en esta línea de cuidado y promoción.
Guadalupe es un santuario que rebasa los estrechos límites de una región para alcanzar una dimensión nacional y universal. Reducirla conllevaría traicionar su verdadero ser.