Jesús Fuentes

ÁNGULOS INVERTIDOS

Jesús Fuentes


Bombazo

23/03/2021

El ‘bombazo’ político y mediático de hoy deja de serlo mañana para dar paso al siguiente ‘bombazo’. En pocos días el espectáculo se supera a sí mismo, porque el espectáculo es un monstruo que cada día exige más. Más provocación, más emoción, más tremendismo. Es la base del  negocio de la comunicación. En la interdependencia que se ha establecido entre política y espectáculo se necesitan  nuevas impresiones, noticias más impactantes. Hay que mantener la tensión en los ciudadanos. Que no se aburran, que no se cansen del ruido, que se aficionen  a las miserias que suscita la política en su formato de programa basura o magazine de entretenimiento. Ingredientes de éxito del espectáculo, además de la exhibición, son el victimismo y la heroicidad. El fracaso o el triunfo en su componente  escandalosa.
La interpretación  con la que el  teórico de Podemos, Sr. Monedero, ampliaba  la noticia del Sr. Iglesias como candidato para  Madrid, le presentaba como la victima que se lanza consciente al sacrificio; la decisión agónica de un personaje, identificado por los adversarios como la encarnación en España del comunismo venezolano o el autoritarismo chino. Monedero  dibuja el perfil humano del héroe amigo. Aunque, por otro lado, la Sra. Teresa Rodríguez, antigua compañera de militancia del héroe,  reduce el hecho al comportamiento de un niño hiperactivo  que cambia de lugar tan pronto se aburre.  
En el otro extremo se sitúa la Sra. Ayuso. Víctima y heroína. No existe espectáculo  que no disponga de polos enfrentados. La dualidad simplista  ‘bueno–malo’ de las narraciones de superhéroes reemplaza con su discurso  de comic infantil complejas elaboraciones intelectuales. Eso que antes atribuíamos a la madurez de los individuos. En una sociedad de  juventud inacabable todo debe ser ligero, liviano, banal. Aunque se sofistique el modelo con el vocablo  ‘polarización’. La Sra. Ayuso se presenta como la victima de la Moncloa, un lugar  secreto y confuso, en cuyos sótanos siniestros se mueve el voraz Sánchez, conspirando contra ella con la obsesión de un maniaco. Pero la víctima  se rebela.  Se transforma en  Juana de Arco en un Madrid divertido de bares y hostelería a tope. En versión bíblica, una Judit castiza contra un Holofernes atávico. La  feminidad sugerida contra la testosterona explicita. La persona que considera que si te llaman fascista  estás en el lado correcto de la historia.  Una afirmación tan espeluznante como terrible que señala el credo político  que practíca  la protagonista.
Entre medias, entre  buenos y  malos,  el Sr. Gabilondo, difícil de calificar como malo, liberticida,  radical. El Sr. Gabilondo va a poner a prueba a la sociedad madrileña. La va a enfrentar con sus  contradicciones.  La va a llevar al callejón del Gato, de ‘Luces de Bohemia’, el esperpento de Valle-Inclán, para que elija espejo en qué mirarse. Y exprese si la gestión política va a depender de los restauradores, dueños de bares o  de ocio y negocios privados con fondos públicos, o por quienes la entienden como un servicio  al ciudadano.  No es  Gabilondo un político que genera bombazos espasmódicos. Es el filosofo en el ágora de la ciudad al lado de los charlatanes y sofistas de los barrios cercanos a la Academia o frente a los cómicos de mascaras gesticulantes y coturnos elevados del espectáculo teatral. Su perfil le permite presentarse como elemento superador del modelo maniqueo en el que nos movemos. Derriba la polarización,  la información suplanta al espectáculo. ¿No es eso lo que piden los ciudadanos a la política, además de  gestión sosegada de los asuntos públicos?