Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Provocación

23/05/2021

La avalancha es incontrolable, desproporcionada. Las primeras luces del alba permiten contemplar un panorama desolador. La Policía marroquí ha dejado de controlar el paso fronterizo con Ceuta, con su estrategia de brazos caídos, y miles de personas acceden a la ciudad autónoma a nado o a pie por los espigones de Benzú y del Tarajal, sorteando las rocas para llegar a suelo español. Muchos están exhaustos, con hipotermia. Algunos apenas tienen fuerzas para arrastrarse por una playa a la que ya ha llegado el Ejército y en la que se concentran una multitud de ciudadanos del país alauita y también numerosos subsaharianos.
En el mar, la situación es dramática. Familias enteras se afanan por avanzar por las aguas del estrecho de Gibraltar, con sus hijos pequeños atados a la espalda, quedando a merced de las olas y las corrientes. Entre el caos, una mujer, a la que le fallan las fuerzas y no puede continuar, pierde a su bebé de pocas semanas, ataviado con un body de rayas y un gorro. Los tripulantes de una lancha de la Benemérita se percatan de la situación. No saben muy bien si lo que flota es una mochila, algo de ropa o un ser humano. Uno de los buzos se lanza al mar sin pensarlo y pronto se da cuenta de que se trata de un crío, empapado, frío como un témpano de hielo y a punto de ahogarse. Lo levanta con sus manos por encima del agua y consigue salvar las vidas del pequeño y de su madre. No son los únicos que rescatan. Decenas de niños y varios ancianos son socorridos por la Guardia Civil y auxiliados por el Ejército y la Cruz Roja en la orilla. Marruecos ha lanzado un órdago a España, abriendo las puertas de la frontera, chantajeando con el fantasma de una nueva Marcha Verde y provocando una crisis diplomática que se ha transformado en un drama humanitario. 
Las jornadas vividas en Ceuta, una urbe de unos 85.000 habitantes y 14 kilómetros cuadrados, en los que más de 8.000 inmigrantes accedieron a la ciudad, ponen de manifiesto las tensiones existentes entre Rabat y Madrid, cuyas relaciones se han ido enconando en las últimas semanas por la llegada del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, a España, concretamente al Hospital San Pedro de Logroño y bajo identidad falsa, para ser tratado de una infección respiratoria provocada por la COVID. Este hecho, que desencadenó un debate subido de tono en el seno del Consejo de Ministros, donde el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ya advirtió a su homóloga de Exteriores, Arancha González Laya, de la posibilidad de que Marruecos tomara represalias si decidía ayudar a Ghali, ha sido la gota que ha colmado el vaso, como apuntó la embajadora de Rabat en Madrid, Karima Benyaich. «Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir». Y es que no hay que olvidar que el líder del Frente Polisario es considerado por Marruecos como el enemigo público número uno, al erigirse en el impulsor desde la década de los 60 de los movimientos de autodeterminación.
Esta operación secreta, impulsada por Laya y defendida por ella misma alegando «razones humanitarias», se sumaba a las declaraciones del que fuera vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, reclamando en redes sociales un referéndum para el Sáhara, sin medir que sus palabras se interpretaron por Rabat como una postura oficial de España, ya que nadie desde el Ejecutivo alzó la voz para puntualizar las manifestaciones del que fuera líder de Podemos. La petición de Iglesias, que coincidió con el reconocimiento por parte de Trump y, por ende, de Estados Unidos de los derechos de Marruecos en ese enclave, resquebrajó la confianza entre ambas naciones y abrió una grieta diplomática que, lejos de resolverse, se ha agrandado aún más con la llegada por la puerta de atrás a España, detectada por los servicios secretos del país alauita, del líder del Frente Polisario para ser tratado de su enfermedad.
Lo sucedido en Ceuta es un serio aviso para el Gobierno español. No es la primera vez que Rabat abre la puerta a los flujos migratorios, ya sea por las ciudades autónomas o por Canarias. Es su manera de presionar, siempre coincidiendo con tensiones bilaterales, pero existe otra derivada que preocupa y genera mucha inquietud: la labor de detección y control de terroristas islamistas por parte del país vecino, una cuestión fundamental para salvaguardar la seguridad en territorio patrio. 
Una joven voluntaria de Cruz Roja da de beber a un subsahariano que acaba de llegar a la playa. Apenas puede tragar. Está descompuesto, abatido y rompe a llorar. Ambos se funden en un abrazo que refleja la solidaridad y la humanidad que se han vivido estos días.
Marruecos no ha escondido nunca la pretensión de hacer suyas Ceuta y Melilla. Es un viejo anhelo, un desafío que sigue vivo. La relación de España con Rabat siempre ha sido delicada y todos los gobiernos han tratado de manejarla con mucha prudencia. El Ejecutivo debe garantizar la seguridad y la soberanía nacional con el respaldo de la UE, pero ha de ser consciente de que cualquier paso en falso puede volver a desencadenar otra crisis -ya pasó en Canarias- y una nueva provocación.