Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


Jubilación, un deseo o...

04/01/2021

Nos dice la RAE que la jubilación es el 'acto administrativo por el que un trabajador en activo, ya sea por cuenta propia o ajena, pasa a una situación pasiva o de inactividad laboral, tras haber alcanzado la edad máxima, o por enfermedad crónica grave o incapacidad. Obtiene entonces una prestación monetaria para el resto de su vida. La legislación laboral de cada país estipula condiciones distintas al respecto'.
Cuando se afronta este tema, a veces deseado pero también temido, el sentimiento de cada ser humano báscula entre la sensación de querer alcanzarlo porque ello significa tiempo de trabajo y justificación del «deber cumplido» y por tanto, descanso ganado, sin olvidar que ello te va a llevar a presentar la credencial de poseer -casi siempre- una edad avanzada como ser humano.
Sin embargo, una jubilación es un premio al esfuerzo, a la dedicación de una vida por una productividad, para ti o para otros, pero en definitiva una dedicación hacia la sociedad en la que vives como medio de subsistir y realizar el proceso de convivencia y vida plena.
Por eso, te encuentras en un contrasentido total. Deseas alcanzar ese momento, como premio, como objetivo cumplido, como colofón a una vida profesional y sin embargo, sufres porque ello significa que ‘tu vida ha pasado’, normalmente demasiado deprisa, que tu cuerpo se ha desgastado física y mentalmente por la ley fisiológica y que atrás queda la juventud, las vivencias de madurez, la vida intensa en sexualidad, vigor, deseo de superación y ahora, en proceso de nostalgia ocupas ese lugar, a veces mal entendido, poco considerado y difícil de mantener en una sociedad demasiado globalizada y competitiva.
Esta razón lleva a muchos a insistir en continuar a pesar de la edad, a querer ‘morir con las botas puestas’, a considerar que «ese edificio, despacho o responsabilidad que ocupas es más tuyo que de la administración», «que tu trabajo es indispensable para la sociedad», y por tanto, a huir de ese tiempo de jubilación en el que crees no sabrás adaptarte porque no vas a saber ocupar el mucho tiempo que dispondrás, por ausencia de ilusiones, entretenimientos, sosiegos, utilidades o sensaciones.
Y por ello, este término de jubilación genera desconcierto y contrasentido; provoca amor y odio; certeza y duda; ilusión y fracaso. Para muchos, posiblemente una mayoría, es el momento de realizar aquello que desearon y nunca pudieron, dedicar el tiempo a lo que tú quieres, sin obligación ni presión, a vivir con intensidad cada momento, a ser tú mismo como persona, a recordar lo bueno y olvidar lo malo, a hacer realidades sueños no conseguidos y por qué no, a vivir la vida sin ataduras y con sosiego. Ahí debe estar el objetivo y ahí debe estar el «deseo» de todo el que alcance este momento, voluntario o forzoso.
Pero eso, a veces, no es la realidad que nos embarga. Esta reflexión que pretende ser ideal, no la ejercen todos los que afortunadamente llegan a este momento de la vida y heridos en su moralidad profesional, sin poder sanar el proceso mental que les ha llevado a la duda, no se adaptan a la nueva situación que la sociedad les ofrece, no saben adecuar sus mecanismos personales al deber cumplido, al descanso del guerrero, y maltratados por administraciones injustas o inadaptados al entorno nuevo que se les ofrece, «abandonan» su respeto al mundo, se alejan del bienestar que se le ofrece y reclinan su experiencia hacia el abandono, el drama o la muerte. Y eso habría que evitarlo; ahí, es donde las sociedades modernas fallan, no dedican gran parte de su dinero y ayuda a reencontrar a estas personas cuya jubilación ha de servirles de tortura en lugar de placer. Luchemos por un mundo mejor; ayudemos a evitarlo, a que todos tengamos ese mismo derecho que la vida nos concede y no haya discriminación ni desengaño.