Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Vega Baja

22/11/2019

«El que habiendo conocido a Toledo hace treinta años vuelve a visitarlo ahora, advierte fácilmente el cambio que en él se va operando. (…) Toledo, en fin, el Toledo del Arte y de la Historia, va desapareciendo paulatinamente entre la criminal indiferencia de casi todos. Pena produce el comparar lo que fue Toledo y lo que es. Pero, ¿cómo remediarlo? (…) La Academia podría dirigirse al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para que éste, directamente o por medio del de la Gobernación, excitase el celo de las autoridades toledanas, a fin de evitar los atentados contra el Arte y la Historia que allí se cometen; y aunque creo que ésto debe hacerse, siquiera para que conste oficialmente la intervención de la Academia en defensa del Arte y de la Historia, debemos fiar poco en el resultado de esas gestiones, y poner nuestra esperanza en que los hombres cultos de Toledo se decidan a emprender una campaña, para llevar al ánimo de todos los toledanos el convencimiento de que por deber, por honor y hasta por interés, es preciso poner coto a la antiartística transformación que está sufriendo la imperial ciudad.» Año 1920. La Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Toledo solicita amparo a la Real academia de la Historia. El historiador Jerónimo Bécker recoge ese lamento en la revista Arquitectura hacia la inacción del Ayuntamiento a la hora de proteger el patrimonio milenario de la ciudad.
Cien años después la orquesta toca la misma música. Toledo ha seguido perdiendo patrimonio, en especial sus paisajes y el espacio abierto que define la personalidad única de la ciudad. Echo la mirada atrás y recuerdo el Toledo de los setenta, y más de los ochenta, y lo recuerdo limpio, dueño de su paisaje y su territorio. La diferencia es notoria sobre todo en sus paisajes: las manchas de la urbanización avanzan sobre las vegas, las mil circunvalaciones cortan a cuchillo los olivares, filas de adosados, chalets sobre los cigarrales y cerros, planes urbanísticos a la carta para los que consideran que el desarrollo es modificar, romper, tapar. ....Quedan a duras penas la meseta cristalina, los berrocales, las cornicabras arracimadas en otoño sobre el Tajo, el olor a cambronera... 
La Vega Baja, a izquierda y derecha del Tajo, Peraleda incluida, es un espacio superviviente, y como tal preserva la armonía de lo auténtico. He sentido esa armonía en otros espacios. Por desgracia la he intuido, enterrada, arrancada, liquidada en otros muchos. No sólo en ciudades profundamente desvirtuadas, sino en paisajes singulares, en ríos embalsados o en bosques descuajados. Toledo aún tiene sus vegas. Las urgencias, los que confunden el precio y los ladrillos por metro cuadrado con el valor, no deben –volver a– marcar los tiempos. La Vega Baja no es sólo lo que hay debajo, si no mucho más.