Alejandro Bermúdez

Con los pies en el suelo

Alejandro Bermúdez


¿Alguien se atreve a no ser independentista?

11/06/2021

Está claro. Esta pregunta no está dirigida a usted, distinguido lector, que ojea estas líneas en la tranquilidad castellana. Es una reflexión sobre lo que es el día a día de cualquier no independentista en esas Comunidades que pretenden ser Estado.
Muchas veces criticamos la actitud de quienes, siendo mayoría en uno de estos territorios, no se atreven a ejercer la fuerza que les daría esta realidad. Muchas veces nos preguntamos la razón por la que siendo los independentistas menos de la mitad de la población, ocupan todos los resortes del poder y, lo que es más grave, hacen que se identifique la idea separatista con el pueblo en su conjunto. Esta falsificación de la realidad social es la peor corrupción que se puede dar en un territorio. ¿Alguien, cuando nos referimos a ‘los catalanes’ se imagina a un señor que habla en castellano, milita en un partido no nacionalista, es monárquico y grita  ¡Viva España!? Es obvio que no. La corrupción ideológica ha llegado a un nivel, que ha asimilado el ‘catalán’ con el independentista, aún siendo minoría.
Esta falsificación de la verdad lleva a otra situación aún más grave que deriva de ella: el envalentonamiento de los independentistas y el encogimiento de quienes no lo son, hasta el punto de que la mayoría silenciosa tiene que vivir escondiendo sus creencias, por temor a que los coloquen el sello de españolista que solo les ocasionará perjuicios reales.
¿Cuántos estudiantes creen ustedes que harán su examen de selectividad en castellano? Un tribunal bienintencionado ha declarado el derecho de los estudiantes a hacer el examen en cualquiera de las lenguas oficiales en Cataluña: castellano, catalán o aranés. Cualquier estudiante que tenga aspiraciones de ir a la Universidad no se arriesgará a que su examen lo corrija un ‘talibán’ independentista y en vez de ponerle un siete, le haga un siete con el examen. Esto mismo ocurre en cualquier otro aspecto de la vida. Si usted fuera tan atrevido de colocar un rótulo en castellano en su negocio, además de la correspondiente sanción por ello, tendría que cambiar la luna de su escaparate a diario y su clientela se daría a la huida para evitar el sello de españolista.
El problema se agrava cuando tenemos un gobierno que para disfrutar del colchón recién estrenado en la Moncloa, necesita del apoyo de estos verdugos de la libertad. El espectáculo de los indultos a toda costa, sin pedirlo, sin arrepentimiento ni propósito de enmienda de quienes se rebelaron contra el orden constituido es, además de una tropelía sin ambages, un bofetón en la cara de quienes la ponen día a día para defender lo poco que queda de España en Cataluña.
Es obvio que esta expulsión de Cataluña de todo lo que huele a España, ha sido consentida por todos los gobiernos, pero el nivel al que se ha llegado con Pedro Sánchez es difícilmente superable, y lo que es peor, difícilmente reparable. Porque la filosofía y la práctica independentista corre solo en una dirección: las competencias que se entregan jamás se recuperarán y de esta forma el pecho independentista está cada vez más hinchado, y el de los que se sienten españoles, cada vez más exhausto. Lo imperdonable es que sea el gobierno de España quien les da aire. ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?