Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Loreto Sotelo, el Rinqui

27/11/2019

Loreto Sotelo, el Rinqui, de pequeño decía que primero quería ser obispo y después colgar los hábitos y hacerse torero. En ese orden. Debía de ser por los trajes vistosos. El caso es que se hizo encofrador porque le gustaba estar siempre encaramado en las alturas como a las cabras. Cuando los tiempos del aire de cola se montó por su cuenta, trabajó como un bestia y ganó mucho dinero en Madrid. El suficiente para vivir ahora de las rentas en una buena casa en La Navata, vestir como un torero de paisano, tener coche de futbolista y «hacer lo que le sale de la punta de los cojones», que, en resumidas cuentas, viene a ser : pasear por la mañana con la Nuria, luego comprar el Marca y el pan, almorzar en el bar Marcelino, apañar de mala gana el jardín, tumbarse a la larga en el sofá e ir a ver al Atleti y a su suegra en Talavera «cuando toca»: un domingo sí y otro no.
Loreto Sotelo, el Rinqui, de pequeño estuvo desaparecido casi dos días. Lo anunciaron y todo en el parte de Radio Nacional. Comía higos subido en lo más alto de una higuera de una huerta de la Buenamoza; la rama cedió, con tal mala suerte que cayó contra el borde del brocal del pozo, partió un brazo y al agujero. Menos mal que el agua le llegaba por la cintura. Pasó muchas horas en remojo, hasta que el señor José, el Verato, oyó, las voces y se pudo hacer con él metiendo un par de escaleras empalmadas con pitas. Su madre primero le pegó una buena tunda y luego lo llevó al seguro para que lo reconocieran.
Yo solo he visto cruzar el Puente de Hierro de Talavera en bicicleta por lo alto de los arcos y de cabo a rabo a dos personas: Loreto Sotelo, el Rinqui y Berna, el Chamelo. Dos virgueros encima de dos ruedas. Loreto Sotelo, el Rinqui, subía gateando a la cumbre del primer arco y con una cuerda le ayudábamos a subir la bici, se acomodaba en ella haciendo equilibrio y se lanzaba a toda velocidad como en una montaña rusa por la estrecha, resbaladiza y tachonada plataforma dando alaridos de indio sioux. 
-Joder, Rinqui. ¡Le echabas huevos! – se ríe mientras levanta la mano para pedir más gambas y otros dos botellines a Marcelino.